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Crítica de Inquilinas_Netherfield


Inquilinas_Netherfield
06 October 2020
Trilogía de Candleford fue el último libro que compré antes de que se decretase el estado de alarma el 14 de marzo y nos cambiase la vida. Ya conocía la obra de Flora Thompson desde hacía mucho tiempo gracias a la maravillosa serie que la BBC emitió entre 2008 y 2011. Cuando eres una apasionada de las producciones de época, y sabes que están basadas en algún libro inédito en castellano, siempre tienes la ilusión de que la traducción llegue en algún momento (porque de eso vivimos las ilusas como yo, de la ilusión), y esperé, esperé, esperé... Llegué a comprarme una edición inglesa preciosa e ilustrada que guardó como un tesoro en la estantería y, cuando menos lo esperaba, la estupendástica editorial asturiana Hoja de Lata decidió hacernos un poco más felices a muchos lectores (al menos a mí me hizo más feliz, generalizo para circunvalar el egocentrismo xD). El caso es que en pleno confinamiento me propuso mi querida Mónica Gutiérrez que leyésemos conjuntamente el libro, y nos pusimos manos a la obra. Terminamos la lectura allá por mediados de mayo... y mirad cuándo os traigo la reseña. Se juntaron muchas cosas que me tenían bastante descentrada, tuve que dejar el blog un par de meses por motivos personales, luego vino el verano... hasta ahora. Y sufro, sufro mucho porque cuanto más se alejan las sensaciones iniciales más me cuesta escribir estas líneas.

"Menudas películas te montas, pues escribe la reseña y andando", estaréis pensando. Ya. ¿Qué problema tengo? Que me cuesta horrores hablaros sobre libros que son muy especiales para mí. El miedo escénico es muy grande, sé que no voy a estar a la altura, que no voy a saber transmitiros todas las cosas que hacen de esas lecturas algo maravilloso a mis ojos... que lo que yo veo en ellos se va a quedar en mí y no voy a saber expresarlo con palabras, y si a eso se junta el tiempo que ha pasado y los muchos meses malos con las reseñas, pues esto es un sinvivir (¡dramas, que eres una dramas, MH!). El caso es que tenía dos opciones: no hablaros de Trilogía de Candleford y quitarme de encima esta presión, o hacerlo y confiar en que sepáis ver más allá de lo que yo os cuente mal contado sobre ella y percibáis la joya que es. Me he decidido por lo segundo, porque si no os hablase sobre este libro me pesaría en el alma. Y aquí estoy, dos párrafos introductorios después, empezando a hablar del libro. Profesionalidad en hibernación, oiga.

La primera entrega de la trilogía, Lark Rise (Colina de las Alondras en la traducción), aun siendo autobiográfica, nació como novela (o al menos era la intención inicial de la autora), pero su editorial, Oxford University Press, no publicaba ficción en aquella época y por eso fue catalogada desde el principio como autobiografía... pero claro, como ya digo realmente estaba novelada con las licencias que eso supone a la hora de escribir un libro, así que el resultado es una autobiografía encubierta muy particular en la visión que ofrece sobre la vida de la propia autora. Los tres libros se publicaron por separado desde los años 1939 a 1943 y que se volvieron a publicar, ya en un solo volumen conteniendo toda la trilogía, en 1945, y esos tres libros (Colina de las Alondras, Camino de Candleford y Candleford Green) abarcan etapas distintas en la vida de la autora; por eso acompañamos a Laura (así se hace llamar en los libros) desde que es una niña hasta que con apenas catorce años y medio entra a trabajar en una oficina postal como ayudante, y la vemos madurar en su nueva vida, ya como una jovencita independiente alejada de su familia. Os cuento sobre cada uno de los tres libros.

Colina de las Alondras (Lark Rise en su título original, Juniper Hill en la vida real de Flora) nos introduce en la vida de una aldea en el extremo noreste de Oxfordshire que vive del trabajo en el campo. La familia de Laura vive en la última casa de la aldea y, aunque luego sus paredes acogerán a muchos más churumbeles, ella y su hermano Edmund (alter ego de Edwin, hermano real de Flora) son los únicos niños de la casa al comienzo de la historia, y es a través de sus avispados ojos que conocemos las rutinas del día a día en la aldea, las costumbres de los aldeanos, cómo eran las cosechas, los días de fiesta... La vida era muy dura y el cobro del jornal cada semana era vital para la supervivencia de las familias, pero los ojos de estos niños retratan una existencia feliz, sin complicaciones, donde todo se resolvía de la mejor manera posible y siempre había una mano amiga a la que acudir en caso de necesidad. Todos eran iguales, no había rivalidades y vivían satisfechos en ese microcosmos de la campiña rural profunda de finales del XIX.

Camino de Candleford (en este caso la ficticia Candleford representa a la población auténtica de Buckingham) sigue ahondando en las costumbres, peculiaridades y rutinas de los vecinos de la aldea de Colina de las Alondras (en algunos casos repite alguna cosilla del primer libro), pero ya salimos a conocer mundo y viajamos a poblaciones vecinas como la citada Candleford, donde viven algunos parientes del padre de Laura y Edmund. Es aquí donde vemos el contraste existente entre la pobreza y limitaciones de la aldea y una población mucho más avanzada y próspera con sus calles asfaltadas y sus casas espaciosas y lujosas, contraste más llamativo si cabe porque ambos lugares apenas estaban separados por unas millas de distancia. Laura abre los ojos a un mundo nuevo tanto socialmente como en el transcurrir del día a día, e incluso en algún momento tiene el pensamiento traidor de que le hubiese gustado nacer allí en lugar de en la aldea. Pero sobre todo es aquí donde Laura se adentra en serio en el mundo de la literatura, algo que en su casa resulta complicado porque solo hay unos pocos libros que ya ha leído una y otra vez. El desván de su tío Tom en Candleford será su fuente de tesoros, y yo al menos sentí como propia la emoción de Laura al leer por primera vez a Elizabeth Gaskell, Jane Austen o Charles Dickens.

Candleford Green (Fringford en la vida real de la autora) supone el salto de Laura hacia una nueva vida alejada de su familia, teniendo que ganarse la vida con apenas catorce años y medio. Durante los dos libros anteriores ya se nos había contado cómo las niñas se marchaban a servir con apenas doce o trece años a las casas de los alrededores que podían permitirse tener servicio (enviaban esos salarios casi completos a casa para contribuir a la economía familiar), pero el futuro de Laura está destinado a ser diferente cuando se cruza en su camino una amiga de su madre. Esta amiga, la señorita Dorcas Lane, es una mujer soltera muy adelantada para su época que regenta con mano de hierro varios negocios heredados de su padre en Candleford Green. Uno de esos negocios es la oficina postal; allí es donde entra a trabajar Laura como ayudante y allí es donde nos quedamos hasta que llegamos al final de las páginas del libro. Candleford Green es una población mucho más estructurada y con una vida (y unos problemas) muy diferentes a los de poblaciones más pequeñas y alejadas de las grandes ciudades, y aunque conocemos todas esas cosas, también se nos narran las anécdotas que surgen detrás del mostrador, los nuevos vecinos de Laura, sus primeros pretendientes amorosos (que incluyen pretendientes enamorados de sí mismos xD), la vida alejada de sus padres, la correspondencia que mantenía con su madre (perdida en su totalidad, según comenta en cierto momento)... vemos crecer a Laura y como con esa madurez también llega la ambición de un futuro que colme sus ansias por aprender y no estancarse en una vida que en aquel momento ya ofrecía a las mujeres muchas más posibilidades.

Dicho todo esto, quiero puntualizar que los libros no tienen la trama de una novela propiamente dicha, sino que cada capítulo está dedicado a un tema concreto que desarrolla, pasando a otro tema completamente diferente en el siguiente capítulo, y aunque cada libro supone un cambio cronológico en la edad de la protagonista, dentro de cada libro hay saltos hacia delante o hacia atrás según lo que quiera contar. Como comento más arriba, la estructura narrativa es particular, así que no esperéis una novela con un comienzo, un nudo y un desenlace. Todo lo que cuenta, salpicado de anécdotas y detalles muy concretos, sería imposible narrado de una manera tan restrictiva.

Al lector le resulta evidente que Flora Thompson tiene un recuerdo muy idealizado de todos aquellos años. A ella no le duelen prendas y lo reconoce en algún momento de la narración, y no resulta difícl asociar ese regreso suavizado al pasado con los durísimos momentos que estaba viviendo cuando escribía la segunda y tercera novelas, ya cumplidos los sesenta años e inmersa en la Segunda Guerra Mundial. Volver a su infancia y adolescencia fue para ella un bálsamo, un escape al horror de la contienda, y ese cariño y ternura por una época muy dura pero también muy feliz, traspasa las páginas y se hace un hueco en tu corazón. Porque la vida era una lucha constante, sobrevivían con apenas nada en condiciones muy difíciles, se trabajaba de sol a sol y, aunque le cuesta, llega al punto en el que reconoce que aquello no era el jardín del Edén y allí también pasaban cosas malas, y había maltratos, moría gente, etc... La genialidad estriba en que lo narra de tal manera que los ojos observadores son sin duda los de la niña que fue pero el tamiz y perspectiva son los de la mujer adulta que sigue mirando con esos mismos ojos y sabe contar lo que observaban con ingenio, inteligencia y mucho sentido del humor.

Yo creo que la base del éxito que tuvo esta obra desde el mismísimo momento de su publicación está precisamente en algo que resulta muy patente desde que comienza la narración: la familia de Flora Thompson era muy independiente del resto de la aldea, y Flora, desde su nacimiento, contempló todo ese mundo desde fuera con mirada aguda y metódica, igual que se observa la naturaleza y las maravillas que se producen en ella. Los padres de Flora estaban demasiado preparados para la vida que llevaban: el padre era carpintero, un oficio muy por encima en aquellos años al de agricultor, y la madre había trabajado en una casa parroquial y había recibido una educación, por lo que sabía leer y escribir. Acabaron en esa aldea tras casarse y allí vivieron toda su vida, pero no pertenecían a ese mundo, se les quedaba pequeño, y aunque se llevaban bien con todos sus vecinos, siempre fueron "los de la última casa", marcando las distancias. Flora vivió así sus años en la aldea, integrada pero nunca al cien por cien en ella, y por eso su visión sobre las cosas es la de una observadora externa que no pierde detalle de lo que ocurre a su alrededor, algo muy difícil de hacer cuando se participa activamente de esas mismas escenas. Es como la pintora que observa, memoriza cada elemento y luego plasma el conjunto en su cuadro con milimétrica perfección. O como el naturalista que sale a pasear y memoriza cada particularidad que capta su atención para luego anotarlo todo con meticulosidad en su cuaderno al caer la noche. Flora Thomspon fue una niña con un talento especial para la observación y una inteligencia innata en su adultez para saber traducir todo eso en palabras.

Admito que mientras os escribo todo esto estoy intentando rememorar los sentimientos y sensaciones que me iba produciendo el libro conforme lo leía, y si cierro los ojos me recuerdo sonriendo (riendo abiertamente en algunos casos), sorprendiéndome, emocionándome y, sobre todo, aprendiendo muchísimo de cómo era la vida en aquellos años. Para el lector del siglo XXI es un privilegio contar con el testimonio de Flora Thompson y la ventana abierta de par en par que supone su obra a la hora de adentrarse en la estructura social y económica de la Inglaterra rural y de las ciudades de provincias de las dos últimas décadas del siglo XIX, unos años en los que el mundo estaba cambiando a marchas forzadas, en los que el sur agrícola miraba con recelo a las chimeneas de las fábricas del norte, en los que les parecía que la reina Victoria era inmortal y reinaría por siempre jamás y en los que el cambio del orden social se avecinaba aun cuando se antojase altamente improbable. La Flora Thompson de mitad del siglo XX mira hacia atrás con añoranza: el tiempo pasado le parece mucho mejor en muchos aspectos. Ese pensamiento se le escapa entre líneas constantemente.

Trilogía de Candleford es un libro al que volver cuando el alma lo necesite, que releer cuando el mundanal ruido se haga insoportable, que recordar cuando el corazón te pida una sonrisa delicada y sanadora. Así que mis gracias más sinceras a Hoja de Lata por acordarse de Flora Thompson y aventurarse con su obra (seguro que habéis descubierto a raíz de eso que las locuelas epoqueras somos legión, y además muy entusiastas xD), y mis gracias más repetidas a Mónica por los buenos momentos, las risas compartidas, las anécdotas descubiertas y, sobre todo, por esperarme cuando las cosas se torcieron.
Enlace: http://inquilinasnetherfield..
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