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Crítica de MaiteMateos


MaiteMateos
18 January 2023
Leyendo los versos de Dylan Thomas, por primera vez, uno tiene la sensación de estar cayendo por momentos en la trampa de un absurdo sin sentido. Pero hay instantes, también, en los que uno siente la fascinación de estar asistiendo a un hipnótico oráculo misterioso que acabará revelando alguna verdad, descorriéndose repentinamente esas brumas metafóricas en que el poeta envuelve sus versos. Hay instantes en que realmente uno cree entrever las claves para descifrarlos, para caer de nuevo en la desazón de la incomprensión más absoluta.
Realmente, Dylan Thomas es un poeta hermético que se encierra en una torre de palabras. Se entierra bajo muros de palabras. Es un poeta airado, furioso “ebrio cual caracol de parra”, según sus propias palabras, “desgranado como un pulpo, rugiendo, arrastrándose, en disputa con los temporales exteriores”.
Y sin embargo, sus imágenes poéticas son realmente potentes, hechizantes, como un conjuro. Los críticos lo atribuyen a su sustrato céltico, a su origen galés, a su dominio de la oralidad heredada de los bardos, a la influencia de un poeta como William Blake y a los movimientos de vanguardia, que le conducirían a experimentar con la métrica, el ritmo y las propias imágenes líricas que creaba.
Dylan Thomas es un poeta inglés de la primera mitad del siglo XX, con fama de maldito y atormentado. Él mismo se definía como un artesano y un enamorado de las palabras.
Sus versos, dominados por la originalidad, van mucho más allá del surrealismo, de lo onírico y el inconsciente. Sus poemas reflejan su añoranza por la edad de la inocencia, de la infancia, por una naturaleza dotada de significados misteriosos y una conciencia atormentada por los males de la humanidad, y especialmente por los males de esa segunda Guerra Mundial que le tocó vivir. Hay quien opina que el poeta sacrifica el sentido o el contenido de sus poemas a la musicalidad. La verdad es que sus versos rehuyen toda alusión directa a sus inquietudes, a sus tormentas interiores, a sus emociones, envolviéndolos en un puro lirismo simbólico, en una oscura belleza, en imágenes contradictorias, delirantes, autodestructivas, contaminadas por la cultura juedeo-cristiana, pero imágenes profundamente metafísicas, poderosas y oraculares, al fin y al cabo. La poesía de Thomas Dylan es un puro sortilegio, un encadenamiento de palabras mágicas que te impulsa a releerlas una y otra vez.

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