Las Reinas de Innis Lear

La lluvia no siempre es una tormenta. El viento no siempre aúlla. Algunas veces la muerte es silenciosa, o el amor es pacífico. Hay pequeñas cosas.

¿Podría encontrar una forma de tomar ese momento y hacerlo durar? Nada importaba cuando ella estaba con él; nada además de ella. Siempre había sido así. El sentimiento era la semilla de algo que Ban no reconocía, pero anhelaba. La pálida promesa de una mañana en la que las tormentas se aclaran, el sol saliera y él viera un nuevo futuro extendido al frente como un camino dorado. Paz.

Una perla de la tierra para una estrella del cielo.

Algunas veces perdonamos a otros porque eso mantiene completos a nuestros propios corazones, no porque lo merezcan o por pensar en ellos.

-Si me lo preguntas, Elia -dijo Rory, serio y por lo bajo-. Diría que sí. Pero no debes hacerlo.
-Dime por qué.
-No debemos hacer cosas que provocarán más dolor de lo que sanarán.

No puedo amar a una persona por sobre todo. ¡Algunas cosas son mayores que solo un corazón, pero eso no significa que un corazón no pueda amar completamente!

No amaré a nadie tanto más que a todo lo demás de modo que pierda todo al perder a esa persona. Si hace tu mundo más pequeño, no es amor.

El amor no es una elección entre cosas diferentes como esta. El amor tiene que crecer, hacer que el corazón se expanda. No se comprime. Te amo a ti y a Innis Lear. Amos a mis hermanas y mi padre. No a uno o al otro.

-Quiero que tú me beses otra vez y por siempre.
-¿Por qué? -la voz de él se quebró.
-Porque yo... -los hombros de ella cayeron; su voz se apagó-. Porque esta es la única forma en la que sé qué decirte. Nunca hemos necesitado palabras.

Estaba lista, si no para perdonar, al menos para entender. Y ese era siempre el primer paso.