"No nos entristezcamos por haberla perdido, sino agradezcamos el haberla tenido ".
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"No nos entristezcamos por haberla perdido, sino agradezcamos el haberla tenido ".
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"En la vida de cada hombre------decía---- sólo existe una mujer con la cual puede conseguir una unión perfecta, y en la vida de cada mujer sólo hay un hombre con el que ella puede ser completa". Pero el encuentro era un destino de pocos poquísimos. Todos los demás se veían obligados a vivir en un estado de insatisfacción, de perpetua nostalgia.
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No lo hice, en cambio: por cobardía, pereza y falso sentido del pudor obedecí su orden. Yo había detestado la invasividad de mi madre, quería ser una madre diferente, respetar la libertad de su existencia. Detrás de la máscara de la libertad se esconde frecuentemente la dejadez, el deseo de no implicarse. Hay una frontera sutilísima; atravesarla o no atravesarla es asunto de un instante, de una decisión que se asume o se deja de asumir; de su importancia te das cuenta sólo cuando el instante ya ha pasado. Sólo entonces te arrepientes, sólo entonces comprendes que en aquel momento no tenía que haber libertad, sino intromisión: estabas presente, tenías conciencia, de esa conciencia tenía que nacer la obligación de actuar.
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Sentía marchitarse mi cuerpo de mujer sin haber vivido y eso me inundaba de una gran tristeza.
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Mi madre se casó a los dieciséis años, a los diecisiete me trajo al mundo. A lo largo de toda mi infancia, mejor dicho, de toda mi existencia, jamás la vi esbozar un gesto cariñoso.
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Cada vez que te sientas extraviada, confusa, piensa en los árboles, recuerda su manera de crecer. Recuerda que un árbol de gran copa y pocas raíces es derribado por la primera ráfaga de viento, en tanto que un árbol con muchas raíces y poca copa a duras penas deja circular la savia. Raíces y copa han de tener la misma medida, has de estar en las cosas y sobre ellas: solo así podrás ofrecer sombra y reparo, sólo así al llegar la estación apropiada podrás cubrirte de flores y de frutos.
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La guerra del fin...