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Una de las cosas que más me gustan de esta autora, es la naturalidad y el buen rollo que desprenden los personajes que crea, y las relaciones entre ellos. No hay toxicidad alguna, solo amor, cariño, y mucha ternura. Y con esta historia, nuevamente, lo ha logrado. El libro es adictivo desde el principio; te atrapan tanto el argumento como los personajes. Luke y Sam son adorables; buenas personas, buenos amigos, y siempre han estado ahí el uno para el otro. Los dos tienen personalidades parecidas, y eso ayuda a que la preciosa amistad que tienen, y sus sentimientos, fluyan con naturalidad. A ellos se les une también Jeremy, el hijo de Sam, un adolescente con las hormonas muy revueltas, pero que se ha ganado mi cariño con su humor, su forma de ser, y su actuación en los capítulos finales del libro. La historia es sencilla, pero tiene un ritmo muy bueno. La conexión entre los protagonistas es mágica, y la manera de narrarlo de la autora, y la traducción de Virginia Cavanillas, son una maravilla. ¿Conocéis esa sensación de querer terminar un libro, pero a la vez no? Pues ese, es el sentimiento con el que mejor puedo describir cómo me he sentido mientras lo leía. |
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