Una maratón de lectura no era para corazones débiles. Requería dedicación y una vejiga grande para permanecer sentado en una silla durante horas y horas.
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Una maratón de lectura no era para corazones débiles. Requería dedicación y una vejiga grande para permanecer sentado en una silla durante horas y horas.
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No era solo su físico lo que le había llamado la atención. La atraía algo más, una complejidad que no había percibido al principio. Pensó en su buena disposición a ayudarla. Pensó en sus problemas con su padre. Sí. Había una profundidad.
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—¿Por qué iba a querer que la chica que me importa supiera mi secreto más oscuro? ¿Del que más me avergüenzo? Su voz destilaba ira. —Me lo estás contando porque es lo que tienes que hacer. Me lo cuentas porque somos iguales. No tienes derecho a decidir qué es lo mejor para esta relación y qué no —Sus ojos marrones se agrandaron—. Yo también estoy en esto. Y tengo derecho a elegir. |
-¿Tienes miedo de que te avergoncemos? -Keeley se sonrojó-. ¿Y si te prometemos que no le enseñaremos fotos de cuando era pequeña? -A mí me preocuparían más las historias -metió baza el padre-. Cariño, ¿recuerdas esa de Halloween, cuando tenía seis años? Quería regalar a toda la clase una chuchería especial y repartió las barritas que encontró en tu bolso. -Papá- gruñó Keeley. -Una chuchería especial, desde luego -dijo la madre con una risita-. Imaginad mi sorpresa cuando recibí una llamada de la maestra preguntándome por qué mi preciosa hija había pensado que era buena idea dar un tampón a todo el mundo |
Era totalmente injusto entrar como si nada en su vida, alterarla y luego si te he visto no me acuerdo.
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No era solo su físico lo que le había llamado la atención. La atraía algo más, una complejidad que no había percibido al principio. Pensó en su buena disposición a ayudarla. Pensó en sus problemas con su padre. Sí. Había una profundidad.
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Talon: Lo flipo, me gustas! Por qué tengo tu Keeley es increíble? Maldita sea! Qué le has hecho a mi Keely es increíble? A Keeley le entró la risa, pero apretó los labios, reprimiéndola. Parecía que su broma estaba funcionando. Había entado en la configuración del teléfono y cambiado algunas palabras clave para que cada vez que teclease cierta palaba o frase, el teléfono se autocorrigiera a lo que ella había programado. Su nombre, Keely, cambiaba automáticamente a «me gustas»; la palabra «teléfono» a «Keeley es increíble». |
—¿Por qué iba a querer que la chica que me importa supiera mi secreto más oscuro? ¿Del que más me avergüenzo? Su voz destilaba ira. —Me lo estás contando porque es lo que tienes que hacer. Me lo cuentas porque somos iguales. No tienes derecho a decidir qué es lo mejor para esta relación y qué no —Sus ojos marrones se agrandaron—. Yo también estoy en esto. Y tengo derecho a elegir. |
—Es que… Supongo que nunca lo había pensado antes. —¿No puedes imaginarte enamorado? —La pregunta salió de la nada. —No, porque no puedo imaginarme a una chica cortando conmigo. |
—Es un nombre bonito para una voz bonita —afirmó. Parecía el actor de una telenovela, dramático y completamente falso. —Anda, déjalo. Es patético. —No es patético —refunfuñó, esta vez con voz normal. —Un nombre bonito para una voz bonita —lo imitó ella. —Yo no he puesto esa voz. Mi voz es más profunda, más masculina —protestó él—. Yo… ¡Oye! ¿Qué risas son esas? —Keeley se desternillaba tanto que no podía responder—. Te voy a colgar como no pares —amenazó. |
Manolito ...