La sala de los espejos

A la archiconocida emperatriz Sissi se la recuerda, sobre todo, por su espectacular belleza. Detrás de ese cuidado aspecto había una mujer que se peinaba y peinaba durante horas al día, seguía una estricta dieta para mantener su cintura de avispa y se sometía a largas caminatas y sesiones de gimnasia. Cuando la emperatriz cumplió 32 años, se negó a ser retratada o fotografiada nunca más. El mito de su belleza debía preservarse; nadie debía ver las huellas de su envejecimiento. Más de siglo y medio después, son las fotografías de Kylie Jenner las que generan esta atracción por la belleza femenina en más de 270 millones de seguidores.

Liv Strömquist tiene claro que las apariencias son más importantes que nunca y que en la sociedad de los selfies es crucial tener presencia. En su nueva novela gráfica, “La Sala de los Espejos” (editada por @reservoirbooks_) analiza cómo la humanidad se ha enfrentado a la belleza desde sus inicios –allá en el Antiguo Testamento-, mucho antes de que Simone Weil y Eva Illouz sentenciaran que “ser sexy” determina nuestro “valor de mercado”. Liv Strömquist, con su particular estilo que ya conoceréis si leísteis sus novelas anteriores, nos lanza todas estas cuestiones y analiza sus causas partiendo, quizá, de teorías algo aleatorias para su justificación, pero no así las posibles soluciones de por qué la apariencia está tan ligada a la sociedad de consumo.

Hoy ya no es concebible un mundo sin fotos. Todo se comunica a través de imágenes, y plataformas como Instagram funcionan como “El gran salón de espejos” -como el que tenía Sissi en su palacio de Viena- en el que la autorreflexión nos acosa las 24 horas. Y sí, ya lo vaticinó Susan Sontag: “No está mal ser bella; lo que está mal es la obligación de serlo” porque, nos guste o no, la belleza está sujeta al azar, no está disponible gratuitamente y no podemos poseerla ni atesorarla.
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