Solo

𝘚𝘰𝘭𝘰 es una apología de la soledad cuya narración está fuertemente marcada por las variaciones propias de las estaciones del año pero, sobre todo, por la paranoia y contradicción que acompañaron siempre a su autor: August Strindberg. En esta obra, a caballo entre la autobiografía y el ensayo, encontramos una defensa de la soledad concebida no como pena que ha de ser soportada, sino como condición autoimpuesta para liberarse del peso que supone estar abierto al juicio del otro sobre uno mismo:

"Lo que he ganado con la soledad es poder decidir por mí mismo mi dieta espiritual. No tengo que ver a mis enemigos en mi propia casa, sentados a mi mesa, ni escuchar en silencio mientras alguien se burla de lo que yo más estimo; no tengo que escuchar, dentro de mi casa, la música que aborrezco; evito ver periódicos, tirados por ahí, con caricaturas de mis amigos y de mí mismo; me he liberado de leer libros que desprecio y de visitar exposiciones y admirar cuadros que no me gustan. En una palabra, soy dueño de mi alma en aquellos casos en los que uno tiene algún derecho de serlo, y puedo elegir mis simpatías y antipatías." (p. 55).

Pero esta estrategia de liberación (que no consiste sino en la construcción de una burbuja inaccesible para terceros en la que llevar a cabo una suerte de autofelación constante) pronto mostrará sus límites en, al menos, dos sentidos:

En primer lugar, desde el punto de vista de su realización, llevar a cabo esta estrategia y mantenerla en el tiempo supone para el propio Strindberg el peligro de aislarse de la realidad. Por ello, a lo largo del libro encontramos no pocas alusiones a su papel pasivo como observador de los que le rodean: los ruidos y conversaciones de los vecinos de su bloque o la construcción mental de historias a través de la observación de las personas con las que se cruza pero con las que no interactúa, son algunos ejemplos de su intento por no desconectarse del mundo. de este modo, lo que en principio pretendía ser una apología de la soledad absoluta, se convierte en una soledad condicionada a una compañía 𝘴𝘶𝘪 𝘨𝘦𝘯𝘦𝘳𝘪𝘴.

Y en segundo lugar, desde el punto de vista narrativo de la propia obra, la exposición de su idea central se agota —siendo generoso— en los dos primeros tercios del libro, reservando para el último tercio una suerte de batiburrillo de observaciones paisajísticas y banales, consideraciones breves sobre Goethe y Schiller, cuando no poemas de considerable extensión y dudosa calidad literaria metidos con calzador, para terminar con una vuelta, por fin, al tema central en forma de confesión: el sentimiento de alegría que experimenta por la observación de la dicha del Otro.