Saber que era importante para alguien no implicaba que tambien tuviese que serlo para ti.
|
Saber que era importante para alguien no implicaba que tambien tuviese que serlo para ti.
|
con ella había aprendido que, si le quitabas el cinismo, oías una verdad hecha cansancio y soledad.
|
Desde que se había ido a vivir a casa de Beck —no, a mi casa—, Cole se había convertido en algo que me resultaba totalmente ajeno. Era como si no pudiese evitar destrozar cosas; el caos era un efecto secundario de su presencia. Tenía el suelo lleno de cajas de CD, se dejaba el televisor encendido con la teletienda, abandonaba sobre los fogones una sartén llena de algo pegajoso y carbonizado… El parqué del vestíbulo estaba lleno de agujeritos de uñas que hacían un recorrido de ida y vuelta desde la habitación de Cole hasta el baño, como un abecedario Braille lobuno. Inexplicablemente sacaba todos los vasos del armario de la cocina, los organizaba por tamaños en la encimera y se dejaba las puertas abiertas, o veía a medias una docena de películas de los años 80 y dejaba las cintas sin rebobinar en el suelo, delante de un vídeo que había encontrado guardado en el sótano.
|
Se hizo el silencio; duró tanto que pensé que había colgado. —Sam, ¿sigues ahí? Él se rio. —No… no me podía creer que fueses tú de verdad —dijo con voz temblorosa—. Eres… No me podía creer que fueses tú de verdad. Pensé en cómo sería el reencuentro: aparcaría el coche y me abrazaría, y yo me sentiría segura y me engañaría pensando que no lo abandonaría nunca más. Lo deseaba con tantas fuerzas que sentí un pinchazo en el estómago. —¿Vendrás a recogerme? —¿Dónde estás? —En la Tienda de Aparejos de Ben. En Burntside. —Dios. Salgo enseguida. Llegaré en veinte minutos. Ya voy. —Te espero en el aparcamiento —repuse enjuagándome una lágrima que se me había escapado sin querer. —Grace… —dijo, y se calló. —Lo sé —contesté—. Yo también. |
La loba echó a correr al mismo tiempo que la voz de Cole resonaba en el jardín: —¡Largo de aquí, zumbada! Shelby se perdió en la oscuridad al mismo tiempo que la puerta de atrás se cerraba con un chasquido. —Gracias Cole —dije yo—. Has demostrado mucha sutileza. —Es una de mis grandes virtudes. |
No existe mejor sabor que la risa de otra persona en tu boca.
|
Eres hermoso y triste. Igual que tus ojos. Eres como una canción que oí de niña y de la que no volví a acordarme hasta el día en que me encontré con ella de nuevo. |
Manolito ...