En memoria de la memoria

“[...] uno de esos libros en los que el autor viaja por el mundo en busca de sus raíces”.

María Stepánova se sumerge de lleno en sus recuerdos e intenta unir las piezas en las que se encuentra desmembrada la existencia de su familia. Esta escritora emprende una aventura apasionante a la vez que desgarradora, en la que biografía y ensayo se entrelazan para ayudar a componer un complejo mosaico. Historia, referencias literarias, arte y reflexiones filosóficas constituyen el aglutinante para componer este texto.

Desde el comienzo de la lectura, “En memoria de la memoria” nos ofrece un conjunto de menciones sobre determinados autores y artistas, como es el caso de Sebald, Susan Sontag o Charlotte Salomon, que sirven de nexos de unión a los distintos fragmentos de su pasado. Su bisabuela, Sarra Guinzburg, es el principal pilar sobre el que se fundamenta el devenir de una familia judía que tendrá que intentar sobrevivir durante uno de los períodos más duros del siglo pasado. Un período subyugado por la ocupación alemana y la opresión estalinista. El alma de Sarra y las de tantos otros que escaparon con vida, parecen haber encontrado asilo en una de esas pequeñas muñecas de porcelana que se encuentran desperdigadas en los mercadillos del mundo. Pequeñas “frozen Charlottes” agrietadas y rotas, incompletas y deslucidas, “representantes de quienes sobrevivieron”.

Aunque he de reconocer que en algunos momentos he tenido sentimientos encontrados, ya que no he conseguido conectar con el relato más íntimo y personal de la escritora referido a sus antepasados, me ha parecido un ensayo muy interesante e inteligente, con alusiones muy interesantes a otros escritores que han tratado la cuestión de la memoria.

Las fotografías, cartas y diarios atestiguan el paso del tiempo y la necesidad de refugiarse en la memoria para acceder a esos momentos en los que el tiempo se detuvo. Sin embargo, hemos de ser conscientes de la capacidad manipuladora de la memoria, en su afán por protegernos de los hechos más dañinos por un lado, y de resaltar los momentos felices por otro, con la esperanza de recibir consuelo y de recomponer una vida sesgada por un destino fatal.

Me ha resultado una novela muy difícil de mantener, sobre todo al principio.
El libro se divide en tres partes:
En la primera, la autora va a casa de su tía y comprueba los muebles y los objetos que la rodeaban. Encuentra fotos varias de personas que formaron parte de su vida o de su familia, cartas y postales, los sombreros de la abuela o incluso de la bisabuela. Objetos que guardan recuerdos de otra época y de otras personas. En esta parte, la autora piensa en que consiste la memoria, con una escritura que mezcla la filosofía con el ensayo, utilizando para mostrar su propósito el arte o la literatura de la época a la que nos quiere trasladar. Para mí, esta parte fue la más difícil de leer.
En la segunda parte, la autora ya se mete más en la cuestión, apoyándose en obras literarias, autores, pintores u otros artistas y también con las cartas escritas por familiares en primera linea de guerra, nos irá mostrando la vida de sus familiares en momentos detallados, como vivían justo en ese momento de la historia. Esta parte es muy interesante.
Y en la tercera parte, es más una visual general de su familia en los últimos años hasta llegar al día de hoy.

La dificultad de la novela, para mí, reside en los momentos filosóficos y dedicados a todos esos personajes importantes de la historia que para ella son tan importantes pero que yo, muchos, no conozco ni de oídas. Si tenemos en cuenta que no me gusta ni la filosofía ni el arte, esos capítulos se me hicieron más que eternos. Que además, esté todo escrito en narrativa sin un dialogo que amenice la lectura, esta se hace cuesta arriba. Y a mayores, la descripción detallada de ciertas estancias, fotografías y momentos no ayudan a aligerar la novela.

Pero a pesar de no ser un libro para mí, hubo momentos que me parecieron muy interesantes, ya que vivir la Segunda Guerra Mundial perteneciendo a una familia judía que vive en plena zona de conflicto no puede ser nada fácil, aunque viviesen en terreno Ruso.
Mis partes favoritas fueron los NO CAPÍTULO y otras partes de la novela que tienen cartas o postales transcritas de algún miembro de la familia como el capítulo ocho de la segunda parte.

En el libro de María Stepánova la memoria late a dos ritmos: el de su propia familia y el del deseo de escapar del horror del olvido. A lo largo de sus quinientas páginas no solo se desplegará ante nosotros el mapa físico y psicológico de una saga, sino cómo esa memoria opera en el territorio del presente tanto de la autora como de nosotros mismos.

A veces a través de simples objetos; otras gracias al arduo trabajo de reunir unas piezas que nunca tuvieron vocación de rompecabezas, Stepánova habla de sus antepasados, pero también de los complejos y definitorios sucesos de la Rusia del siglo XIX y XX. Me parecieron maravillosos los capítulos donde habla de Mandelstam o de Charlotte Salomon, así como de arte y fotografía.

Stepánova es consciente de la dificultad que supone rastrear un pasado del que apenas contamos con objetos, fotografías y alguna carta, pero esto no le impidió recorrer por sí misma los escenarios donde sus antepasados, más que escribir, plantaron las semillas que conforman el fruto de toda una vida.

Este recorrido por las muescas de la familia de la autora nos puede parecer por momentos innecesario o poco interesante, pero son tan certeras y estimulantes sus reflexiones sobre la memoria que merece la pena escarbar en el texto y encontrar el tesoro.

Nos sería de gran ayuda un árbol genealógico, como ocurre en Cien años de soledad, para poder situar en cada momento a todos los bisabuelos, abuelos, primos, tías y demás personajes de este pequeño teatro de la evocación del que somos espectadores.

Al fin y al cabo, ¿de quién hablamos cuando recordamos si no es de los que ya no están? Son los que nos anteceden aquellos que nos han regalado el camino, como una arruga que, aunque queramos ocultar, nos impone un tiempo pretérito que nos acompañará siempre.

La memoria es la gran construcción de la identidad, sin los recuerdos se nos abriría un negro abismo en el que perecer; pero, si pasamos demasiado tiempo aferrados a su nostálgica pátina, corremos el riesgo de asesinar el tiempo que tenemos entre manos.
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Tras la muerte de su tía, la narradora debe vaciar su apartamento, lleno de recuerdos de toda una vida. A través de los objetos que va encontrando, nos contará la historia de su familia, de su país (Rusia), a la vez que nos ofrece unas reflexiones interesantísimas sobre el proceso de la memoria. Se trata de un ensayo que mezcla diferentes géneros, haciendo de la lectura una experiencia única.
Un libro fascinante, con una prosa muy bella, y que encuentro de gran interés para mi faceta de historiadora. Una autora que desconocía pero cuya obra quiero seguir explorando.

María Stepánova creció sabiendo que iba a escribir un libro sobre su familia. Como si su objetivo en la vida hubiera consistido en ordenar los jirones de las existencias de sus parientes en un catálogo. Para mantener en el recuerdo a todas esas personas, María se tuvo que convertir en narradora, es decir, en la instancia de selección, en aquella que sabe sobre qué aspectos debe recaer el foco de la diégesis y qué contenidos deben permanecer en la sombra. Y, después de varios intentos a lo largo de su vida, el acontecimiento desencadenante de la narración es la muerte de la tía Galia. La narradora-protagonista debe vaciar el atiborrado piso de la fallecida mientras evoca, a través de fotografías desgastadas, postales antiguas y diarios y cartas íntimos, los recuerdos que toda su familia ha dejado entretejidos entre el polvo y los trastos del viejo apartamento.

En este inventario del pasado, la familia de María se despliega ante los ojos de la lectora como la típica familia perteneciente a la inteliguentsia rusa de principios del siglo XX. Cuando se enfrenta a la construcción del metafórico museo familiar, la autora se da cuenta de que la linealidad de la memoria se había roto en su mente, y que de ella solo quedaban fragmentos, notas al pie de un texto ya inalcanzable debido al paso del tiempo y a los fallecimientos de los protagonistas. Cuando el testimoniante ya no está, ¿cómo saber qué es cierto, qué ha pasado de boca en boca con modificaciones y qué ha añadido una misma al relato por propia voluntad? Ya no existe la posibilidad de acercar la lupa a la semilla originaria.

En su tarea de erigir monumentos contra el olvido, la autora reflexiona sobre cómo opera la memoria en general y sobre qué quiere de ella, en particular. En memoria de la memoria es la historia del linaje femenino de la familia de María Stepánova. Porque la suya es una sucesión de mujeres fuertes sobre cuyos hombros se asentaron los siglos cual columnas. Todas ellas se sostuvieron y se sucedieron unas a otras, siempre en el foco de las historias y de las fotografías. Una muñeca rusa de generaciones sucesivas con hijas únicas convertidas en únicas narradoras de la memoria.
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