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Es una autobiografía lo suficientemente extensa como para abarcar los 50 y tantos años que Stendhal tenía en el momento de la escritura. El problema está en la selección (consciente o inconsciente) de los hechos que quiso contar e inmortalizar. No voy a extenderme demasiado porque los únicos méritos que encontré en este libro son técnicos... y ni siquiera disfruté eso. Stendhal inserta dibujos y planos que parecen ayudarlo a rememorar y a convencernos de que lo que está diciendo fue real. En la narración hay una especie de fluir de la conciencia (no me estoy refiriendo al de Joyce, sólo estoy usando libremente los términos) que casi siempre vuelve a la época de la infancia. Y es que, justamente, para él todo empieza con la muerte de su madre. Stendhal habla de todo: del odio hacia su padre, de su desdén por Francia, de sus amantes y amigos ( a veces suspende su propia vida para hablar de la de ellos con un tono de superioridad que me resultó insoportable), de su educación. No estoy mencionando todos, porque llega un momento en que uno se pregunta qué es interesante y qué no. Y duele saber que la respuesta es "casi nada". |
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