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Crítica de Kayena


Kayena
09 June 2020
Barcelona, madrugada de una tibia mañana del mes de junio. En la Plaza del Duque de Medinaceli, junto al Paseo de Colón, una joven de inapelable belleza es hallada muerta por Moha, un barrendero africano. En un principio el hombre piensa que simplemente está esperando a alguien. Lo parece por esos ojos que parecen mirar al infinito y esa media sonrisa que embellece más, si eso es posible, su rostro. O por el trolley azul eléctrico que todavía sostiene con una de sus manos. El hombre se debate en si llamar o no a su supervisor o hacerse el loco y desaparecer de la escena para que otro asuma el marrón. Y se queda perplejo cuando a los cinco minutos de hacer esa llamada se presenta en el escenario del crimen Elsa Giralt, una Mosso d'Esquadra que, casualidades de la vida, vive justo enfrente y trabaja en la comisaría de Ciutat Vella.

Poco después llega un coche patrulla, del que salen dos agentes, viejos conocidos de Giralt. No obstante, dado que ella ha llegado primero, será la que se quede con el caso, por lo que abandonan la escena. Ocurre igual con otro agente que ha escuchado el código 10-200 para que la policía acuda a un determinado lugar en la emisora de su vehículo y lo ha atendido. Se trata de Santi González, de la comisaría de Sants-Montjuic, un joven de unos treinta años, que, como ella, parece al borde del desahucio emocional: viste con ropa de calle, aunque del día anterior y tiene los ojos inyectados en sangre. Y la empatía –o la conmiseración, quien sabe-, surge entre ellos. O al menos por parte de Elsa, que ve en Santi a su alma gemela. Y él aprovecha la coyuntura para ofrecerse a trabajar en este caso con ella. Y ella le traslada la petición a su jefe, el subinspector Santacana, que acepta para ponérselo fácil a pesar del papeleo que eso puede generar, pero dadas las circunstancias por las que atraviesa su compañero, Nicolau, que se encuentra hospitalizado y tetrapléjico, quiere aprovechar el que por fin ella muestre tanto interés en trabajar con alguien.

Pero esto solo será el inicio de una historia tan extraordinaria como escalofriante. La punta del iceberg donde se concentran varias tramas, las de un grupo de personajes, no muchos, que te obligará a pasar páginas, como si no hubiera un mañana, sin poder despegarte del libro.
Porque El tigre y la duquesa es la historia de Vicky Martí, alias “la duquesa”, creída y pretenciosa a partes iguales, una beldad que ha conocido tiempos mejores, a pesar de sus veintisiete años. Claro que la muchacha es de traca, el típico personaje al que según aparece en escena coges manía de inmediato. O un poco antes. Porque tiene un carácter de armas tomar, porque utiliza a los hombres a su antojo, con el único fin de medrar, porque aborrece al resto de sus congéneres por no perseguir sus mismos propósitos. Cuando la empezamos a conocer, en las primeras páginas de la novela, trabaja de cajera en un supermercado, aunque ella preferiría estar en la sección de perfumería porque el uniforme le sentaría mejor. Tal cual suena. Se lleva fatal con sus compañeras –según ella por puritita envidia- y así todo. Excepto con Esther, la única capaz de aguantarla y buena gente. Es obvio que lo complicado sería no sentir aversión hacia ella y estas, ya digo, son las primeras impresiones. Cuando la conoces más a fondo, todo se multiplica exponencialmente.

Recaló en ese supermercado después de mantener una relación con Roger Rovira, -hijo único y heredero de un magnate del ladrillo- con el que empezó a trabajar como secretaria, sin apenas estudios. Los problemas vinieron cuando la empresa quebró y el tipo tuvo que salir por patas del país con una orden internacional de búsqueda y captura, mientras el magnate ingresaba en prisión. Ella pensó que lo suyo en el Mercadona sería algo temporal, pero la realidad es que lleva más de ocho meses allí sin posibilidad de encontrar una salida acorde a sus intereses. Hasta que conoce a un tipo que le hace una proposición indecente que no es, precisamente, acostarse con él a cambio de un millón de dólares, aunque sí pasa por cubrirla con unos pocos millones de euros si sigue al pie de la letra un plan maquiavélico.

Lógicamente, también es la historia de Elsa Giralt, una Mosso d'Esquadra que no pasa por su mejor momento; de hecho, entre otras opciones baraja a menudo el pegarse un tiro en la boca, sin ir más lejos, tras la última curda. Y es que la vida parece haberse cebado con ella en los últimos tiempos. Resulta que su compañero, Nicolau, se ha quedado tetrapléjico por culpa de un malnacido que se cruzó en el camino de ambos y ella se culpabiliza de lo que pasó en el tiroteo. Y, por si fuera poco, su marido, Jordi, se ha liado con con Emma Solá, su mejor amiga, que ahora está embarazada. Los tres trabajan en la misma comisaría, para irlo llevando y no precisamente bien, porque todo ha ocurrido a la vez.

También es la de Harry Cranston, un investigador de seguros con una hoja de servicios impecable. Excéntrico, sí, pero, a sus sesenta años, todavía es capaz de ahorrarle millones a sus clientes cuando de pólizas fraudulentas se trata. Por eso no es de extrañar que John Thaw, miembro de la cúpula de la segunda compañía de seguros del mundo con sede en Londres –Berkshire Hathaway Inc.- se ponga en contacto con él para que investigue el atraco a un establecimiento de Barcelona, cuya póliza asciende a veinte millones de euros. Un atraco en el que no caben dudas con respecto a su autoría porque lleva la firma de los Pink Panthers, viejos conocidos de Cranston: los asaltantes tardaron un minuto escaso en llevar a cabo la operación, solo se llevaron diamantes que sabían perfectamente donde estaban, hubo muchos fuegos artificiales, pero ningún herido y algún que otro detalle más. Como siempre. Thaw no pretende dar con el botín de la manera más ortodoxa, simplemente, que el investigador mueva sus hilos y consiga encontrarlo aunque sea llegando a un pacto de reventa con los serbios.

Y es precisamente el hecho de que este atraco sea obra de los Pink Panthers lo que hace que Cranston se ponga en movimiento de inmediato. Se han convertido en una auténtica obsesión para él, hasta el punto de que en un rincón de su despacho tiene un peluche a tamaño natural de la Pantera Rosa colgada en una horca. Los conoció hace más de una década y los ha perseguido por todo el mundo. Odia al líder, Pavel Rakic, aunque Dragan Jesulic podría decirse que está a la misma altura. Así que emprende viaje a Barcelona, para entrevistarse con Sonia Miralles, la esposa del dueño y responsable de la joyería, deduciendo enseguida que por ese lado no hay nada sospechoso.

Y, sin lugar a dudas, es la historia de Dragan Jesulic, miembro de la banda de ladrones de joyas más buscada del planeta. Alto, delgado y con buena percha y mucha clase, tiene aire de triunfador, también de canalla. Es ambas cosas. Se encuentra en Barcelona precisamente para dar un nuevo golpe, el que espera sea el último. Vive en un apartamento turístico, que cambia cada dos o tres días para no dejar rastro, mientras observa de cerca, hasta que llegue su equipo, los protocolos de seguridad y las rutinas de los empleados de la joyería que pretende asaltar. Y es que a pesar de tener más dinero del que podría gastar en siete vidas, por seguridad tiene que pasar inadvertido, hasta el punto de que tampoco puede frecuentar los restaurantes –ni los corrientes ni los de lujo a los que asistían antaño- porque hay que seguir las normas al pie de letra, sin salirse del guión como condición indispensable para poder sobrevivir cuando te has creado tantos enemigos, en todo el mundo… a no ser que te cruces con una mujer que rompa tus esquemas.

Claro que aquí podría aplicarse aquello de “De aquellos polvos vienen estos lodos”, porque la historia de Dragan camina en paralelo con la de Stana y Pavel Rakic y, por extensión, a la de los Pink Panthers. La organización a la que pertenece desde sus orígenes, cuando Yugoslavia se desintegró y ellos se tomaron la “finalidad de la empresa” que acababan de fundar como un acto de protesta contra Europa, para hacerle pagar el daño causado en su país donde más le pudiera doler y convertirse en héroes para sus compatriotas. Y lo consiguieron, golpe a golpe, que no verso a verso, porque no hay nada de poético en sus tropelías por muy espectaculares que fuesen.

Y lo peor es que esta red internacional de ladrones es real. El nombre de la banda se lo puso la policía británica y luego lo asumió la Interpol, -que a su vez creó el Pink Panther's Project-, a raíz de un anillo de diamantes que robaron allí y que los atracadores guardaron de manera similar a la de la película La Pantera Rosa en la que un ladrón interpretado por David Niven escondía una gema en un bote de crema para afeitar. Han perpetrado más de trescientos robos, que han ido in crescendo tanto en audacia a la hora de planearlos como a nivel económico, llegando a conseguir botines de hasta cien millones de dólares. Sus miembros son auténticos criminales, algunos de ellos ex-militares y con un pasado nada recomendable, procedentes en su mayoría de Serbia y Montenegro, aunque también los hay croatas y bosnios.

Claro que, todo lo dicho, solo son unas pequeñas perlas de lo que encontrarás en la novela, porque esta mezcla de historias, dependientes unas de otras, está perfectamente urdida. del mismo modo que la combinación de realidad y ficción se ensambla perfectamente en la estructura de la novela en un equilibrio perfecto, que en vez de agobiar al lector, le obliga a seguir leyendo, porque cada vez necesitas saber más y más.

Con un estilo preciso, en ocasiones cinematográfico, y una prosa sencilla, tanto los diálogos, como las descripciones o situaciones supuran autenticidad. Me ha parecido todo un acierto el uso del narrador omnisciente y el modo en que se intercala el presente y el pasado para mantener la intriga. de hecho, no hay nada mejor que intentar descubrir qué hay detrás de la sonrisa de un cadáver aparecido en la Plaza del Duque de Medinaceli de Barcelona para comprenderlo todo…

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