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Crítica de joseluispoetry


joseluispoetry
26 July 2019
EL SITIO, DE IGNACIO SOLARES.

El sitio”, publicada en la misma editorial, Alfaguara, 1998, no queda exenta de estas correspondencias, así, vemos intervenir dentro del grupo de inquilinos que padecen el toque de queda, a uno de los personajes centrales de “Anónimo”, de hecho la “otredad” que de pronto invade la vida de Raúl Estrada, también invade la colectividad de los habitantes de un edificio en la ciudad de México; aparecen la mujer que de joven hacía el amor con su amante a pocos metros de Villa, en “Columbus”, el sacerdote, que es uno de los protagonistas de la novela, por su alcoholismo y sus alucinaciones, tiene fuertes reminiscencias con “Delirium tremens”; hay, incluso referencias a Aldoux Housley y su “Puertas de la percepción”, tal como en “Cartas a una joven psicóloga”, y se perciben referencias interesantes que se cruzan con el espiritismo de “Madero, el otro”. En fin, que quien haya seguido con atención la trayectoria narrativa de Ignacio Solares a través de todos y cada uno de sus libros, se dará cuenta de que el autor chihuahuense tiende lazos que se entretejen entre una y otra obra, entre la primera y la última de sus novelas.
En “El sitio”, la otredad no actúa como el yo en el otro, o como el angustiante anónimo y cuyos sendos temas los protagonistas actúan en un singular, sino como una masa, un contingente de soldados, quienes, una mañana, sin dar explicaciones de ninguna índole, se sitúan fuera de un condominio y bloquean las puertas para que nadie entre o salga. En él se encuentran, entre otros: Juan, un cura con principios de delirium tremens, una mujer embarazada, un psicoanalista, la tía del clérigo, un viejo militar. Los soldados Cambian las cerraduras, desconectan la energía eléctrica. Los celulares no funcionan. Nadie sabe por qué. El sacerdote es el primero en percibir la llegada de los camiones repletos de soldados que habrán de poner sitio al edificio. El anonimato funciona en esta novela no como una entidad indefinida como en “Casa Tomada”, de Julio Cortázar, ni como una serie ininterrumpida de anónimos-advertencia enviados por un solitario, por un alienado como el office boy del banco en el cual Rentería, el personaje principal, trabaja, en “Anónimo”, de Solares, sino como una masa agresiva; el ejército está compuesto por muchos individuos que, en virtud de sus movimientos marciales y revestidos de un solo color, uniformados, aparentan ser uno solo. Los soldados aterran, en este caso, no por sus virtudes defensivas, que no poseen en la novela, sino porque todos ellos son unos desconocidos, unos aliens cuyas armas amenazan con escupir fuego a la más mínima provocación. Los soldados son los que ponen el “sitio”, es decir, paralizan, inmovilizan. Son como un virus externo inoculado de pronto y sin motivo en el edificio inquilinario. Susila, una de las vecinas del apartamento ocho de ese edificio, contrariamente a lo que realiza el office boy de “Anónimo”, cuando lleva sus advertencias secretas a los que trabajan en el banco, también lleva anónimos a los inquilinos que no le abren su puerta, pero su mensaje es de armonía, de paz, de amor y de esperanza.
Creo que lo que Ignacio Solares se propone cuando escribe “Anónimo” y “El sitio” se podría resumir en el pensamiento que aparece en uno de los personajes, el periodista de la segunda de estas novelas, y que parece haber sido sacado de Soren Kierkeegard: Cuestionarse sobre la naturaleza del hombre, sobre su propia visión de sí mismo como no-ser en el mundo; naturaleza perdida entre la animalidad y lo divino; naturaleza vulnerable ante el sentimiento trágico de la angustia. En su eterna disputa por no ser ni animal ni ángel, y por lo tanto, no saber qué cosa es, el hombre vive inmerso en la angustia pero, curiosa, paradójicamente, esta misma angustia lo habrá de situar en la mayor de sus grandezas.
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