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Esta es la segunda vez que leo a Irene (la primera fue con "Canto yo y la montaña baila", que de repente y a la vez con despacito, se convirtió en uno de los libros a los que sé que volveré) y sigo teniendo esa sensación en el pecho de calidez mezclada con nostalgia. Porque terminar de leer su libro es terminar una relación que ha sido bonita, cómplice, algo de dos. Esta era su primera obra y ya entonces podía verse su estilo personal y original, esa voz propia de niña y adulta, donde las repeticiones son parte de la construcción de la narración y los finales de los capítulos, rotundos, como rocas que todo lo salpican. "Los diques" es un conjunto de textos pero también una historia completa, con un principio que no es el principio y un final que, desde luego, no es el fin. No por ello la historia se presta a una segunda parte, sino que, como en la vida, Irene ha cogido un fragmento que contar y ahí que se ha puesto, a desenrollarlo y exponerlo, hasta que decidió parar. La manera de escribir de esta autora me fascina, porque acompaña de manera casi siamesa a lo que cuenta, ese costumbrismo de los pueblos de montaña catalanes, mezcla del folclore, la infancia en la naturaleza, las relaciones, los animales y el tiempo, como protagonistas de sus historias. No puedo resumir de qué va ni creo que nadie quiera conformarse con una síntesis de algo tan complejo como estos pasajes de la vida de distintos personajes que se interrelacionan, que sueñan y se despiertan, que viven la vida que podríamos vivir nosotras si estuviéramos donde están ellos. El intimismo con el que relata "Los diques" nos hace sentir que formamos parte, que en cualquier momento se referirá a nosotras y entraremos a la acción. Recomiendo muchísimo leerlo, perderos por la mente de Solà y como yo, dejarle un espacio en la estantería para todo lo que vaya escribiendo, porque es de esas autoras que las quieres bien cerquita porque te hacen vivir mejor. |
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