El Murmullo de Las Abejas

La vida no espera a nadie y la muerte nos lleva a todos

Que escuchen con los ojos, que vean con la piel y que sientan con los oídos, porque la vida nos habla a todos y sólo debemos saber y querer escucharla,verla,sentirla.

Ella fingía fortaleza, como lo haría durante mucho tiempo, y fingiendo terminaría por creerlo, y creyéndolo, por hacerlo realidad.

Ya no le cedería ni un pedazo de su vida ni de su voluntad a nadie.

Yo no tengo fuerza. No tengo fuerza para buscarte. No tengo fuerza para perderte.

¿Cómo se les llama a las madres que pierden a un hijo? ¿Amputadas? Así se sentía.

Había conocido a su niño Francisco de recién nacido. Ahora lo acompañaría de recién muerto.

Si con cuatro meses de tu embarazo no te has enterado de cómo ni de por qué, yo ya no estoy para explicártelo.

Temiendo estar moribunda, había descubierto en sí más vida de la que esperaba.

Uno no podía llamarse mexicano sin creer en el milagro de la aparición de la Virgen en el cerro del Tepeyac.