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Fue sin duda el libro de mi verano. Quería leerlo desde hacía meses. Me hizo llorar, reír, pensar, reconocerme, buscarme, encontrarme... En un año en que el arraigo y la tierra me obsesionó fue una alarma, un despertador de todo tipo de sentimientos. El libro lo sujetan las manos de mi madre en una ventana de mi hogar, en el pueblo, lejos. Son las mismas manos que me sujetan a mí, la raíz de ese cerezo del que nací y al que siempre vuelvo. Son manos de las que se manchan y trabajan el campo que nos alimenta, manos que, de repente, se reconocen como manos de héroes. Un secreto: siempre lo fueron. Si no lo habéis leído, tenéis que hacerlo. La cuarentena es un buen momento, porque ahora todos los ojos miran hacia lo mismo, el virus, precisamente, invisible. Cuesta concentrarse, nuestras mentes están ocupadas del virus y el futuro incierto, pero por mucho que nos cambie este tiempo, los problemas que teníamos antes de entrar seguirán estando cuando podamos salir, y seguirán teniendo la misma importancia que tenían. Gracias, María, por la visibilidad, la sensibilidad, la mirada y las palabras. |
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