Si la religión es el opio del pueblo, la tradición es un estupefaciente más siniestro todavía, sencillamente porque casi nunca parece siniestra. Si la religión es una cinta de goma prieta, una vena palpitante y una aguja, la tradición es un preparado más casero: una taza de té con semillas de amapola trituradas, o de cacao aderezado con cocaína; cosas que podría hacer una abuela.
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