Masa madre y otros relatos

Hubo una vez una reina. Era hermosa como todas deben serlo, pero estaba triste como se supone que no debe estarlo. Su marido la amaba y quería tener hijos. Ella no.

Podrías pensar que convertirse en polvo nivelaría a todos los ciudadanos, anularía todas las disputas entre clases sociales y las tornaría fútiles, pero no. Incluso aquí la gente compite por su estatus.

Los muertos, me dijo cuando tuve la edad necesaria para entenderlo, te causan muchos menos problemas y rara vez quieren algo a cambio.

El dolor no le molestaba, porque estaba dando vueltas sobre su propia vida, convirtiéndose en un cuento, su propio cuento de sangre y carne y hueso, y ella resistía porque los huesos recordaban todo. Ellos serían quienes la convocarían de nuevo.

— Yo no soy una bruja —dije.
— Eres una mujer, ¿no?

La soledad era para aquellos que estaban rotos más allá de toda reparación.

Le creí porque quise hacerlo: porque en mi interior había anhelo, amor, remordimiento y lo más destructivo de todo: esperanza.

Viajaré tanto tiempo como sea preciso, contando mis historias, haciendo acopio de niños con los que pagar mi pasaje a través del oscuro sendero.

No hay que pedir lo que uno cree que quiere porque, cuando lo tienes, nunca es como habías pensado.