Mario no pudo evitar sentir que cada vez que tocaba el timbre asesinaba la inspiración del poeta, que estaría a punto de incurrir en un verso genial.
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Mario no pudo evitar sentir que cada vez que tocaba el timbre asesinaba la inspiración del poeta, que estaría a punto de incurrir en un verso genial.
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Sólo con una ardiente paciencia conquistaremos la espléndida ciudad que dará luz, justicia y dignidad a todos los hombres.
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Mario sintió sus ojos húmedos, y la voz le salió también mojada.
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Pero los trenes que conducen al paraíso son siempre locales y se enredan en estaciones húmedas y sofocantes. Sólo son expresos aquellos que viajan al infierno.
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El poeta lamentó en ese momento haber suscrito la doctrina materialista de la interpretación del universo, pues tuvo urgencia de pedir misericordia al señor.
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Soy parte de la esencial mayoría, soy una hoja más del gran árbol humano.
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¿Usted cree que el mundo entero es metáfora de algo?
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Mario mantuvo su mirada en los ojos de ella y durante medio minuto intentó que su cerebro lo dotara de las informaciones mínimas para sobrevivir el trauma que lo oprimía: quién soy, dónde estoy, cómo se respira, cómo se habla
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¡La poesía no es de quien la escribe, sino de quien la usa!
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Mi salud no está bien. Me falta el mar. Me faltan los pájaros. Mándame los sonidos de mi casa. Entra hasta el jardín y deja sonar las campanas. Primero graba ese repicar delgado de las campanas pequeñas cuando las mueve el viento, y luego tira de la soga de la campana mayor, cinco, seis veces. ¡Campana, mi campana! No hay nada que suene tanto como la palabra campana si la colgamos de un campanario junto al mar.
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Como agua para chocolate