Cuando rompes las reglas ocurren cosas maravillosas.
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Cuando rompes las reglas ocurren cosas maravillosas.
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Contuve un grito de júbilo. ¡Esa era yo! Hice un rápido cálculo mental. Había sesenta niños en cada curso. Debía de competir contra otros 359 concursantes. ¿Competir? Tenía en mi haber seis años enteros de práctica obedeciendo las normas del colegio. Llevaba todas las de ganar. La mayoría de los alumnos de infantil y de los primeros cursos de primaria penas eran capaces de atarse los cordones de los zapatos, por no hablar de controlar el pis o, ya que estamos, las filas. Ganar aquellas vacaciones sería como quitarle el caramelo a un niño. Casi llegué a sentirme mal cuando empecé a reducir el número de rivales. «Así es la vida, chicos». |
Sid debió de darse cuenta de mi frustración porque sonrió casi como disculpándose. - Oh, ya estamos otra vez yéndonos por las ramas, ¿eh? A veces soy un auténtico rosal silvestre. No tiene sentido desenterrar el pasado; algunas historias están mejor en el cubo del abono. |
- ¿Las has regado convenientemente, como dijo Sid? - He hecho todo lo que Sid nos dijo que hiciéramos. Las he regado, he venido a verlas, las he dejado tapadas de noche, les he dado calor, me he asegurado de que no pasaran frío. Creo que lo único que me faltaba por hacer es envolverlas en una manta, darles chocolate caliente y cantarle una nana. |
Abrí la boca todo lo que pude y la bebí mientras mi cuerpo entero cantaba de alivio. Las gotas parecían besarme la cara y la cabeza con el cariño de una madre que ha pasado tiempo sin ver a su hija.
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Llegados a este punto, debería haberme rendido. Olvidarme de planchar el uniforme por la mañana era tan poco propio de mí que debría haberlo reconocido como señal de una maldición, allí y en aquel momento. Lo mismo podía haber empezado a llevar una cazadora de cuero y a recorrer la ciudad en moto, tal como estaban entonces mis posibilidades de ganar el concurso. |
¿Qué criaturas mágicas podemos encontrar en Gringotts, el banco de magos?