—¿Matasteis a mi compañero?
Mis tres interlocutores no apartaron la mirada del tosco telar en que realizaban su tarea.
—Sí —respondió el que yo llamaba Alfa, porque había sido el primero en acercarse a mí en la selva—, cortamos el cuello a tu compañero con piedras afiladas y lo obligamos a callar mientras forcejeaba. Murió la muerte verdadera.
—¿Por qué? —pregunté al fin, la voz seca como un hollejo.
—¿Por qué murió la muerte verdadera? —inquirió Alfa sin mirarme—. Porque toda su sangre brotó y él dejó de respirar.
—No —repliqué—. ¿Por qué lo matasteis?
Alfa no respondió, pero Betty —quien parece mujer y compañera de Alfa— dejó de mirar el telar para decir simplemente:
—Para que muriera.
+ Lire la suite