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Genji Monogatari, traducido al castellano como el relato, historia o cuento, del príncipe Genji, del siglo XI japonés es para algunos investigadores la primera gran novela como tal de la historia de la literatura universal (la BDM, Biblioteca Digital Mundial así la considera), está escrita por una mujer, dama de compañía en la corte imperial de la época Heian, una adelantada a su tiempo que llenó su relato de descripciones psicológicas a la altura de grandes autores posteriores como Galdós o Dostoievski. Algo trascendente para la literatura japonesa es que utilizó en su composición el silabario kana (caracteres japoneses) ya que los hombres utilizaban el kanji, caracteres chinos, lo que ayudó a su difusión pues, años más tarde se habría de convertir en la obra más difundida de las letras niponas. Es una obra magnífica para conocer la sociedad aristocrática del Japón feudal, costumbres, religión, arquitectura, jardines... Borges la consideró una novela tan compleja o más que el mismo Quijote; Marguerite Yourcenar llegó a decir que nada se había escrito mejor en ninguna literatura, y Octavio Paz comparó a la autora con grandes clásicos como Cervantes, Proust o Balzac. Su argumento es más bien pueril: las correrías amorosas del príncipe Genji, al que algunos verán como un seductor al estilo Casanova o Valmont. Sin embargo esta obra trasciende el simple cortejo, seducción, y abandono de las decenas de personajes que aparecen en él, para dibujar una vida plagada de excesos (belleza, pasiones, ritos budistas, sortilegios, supersticiones, poesía, naturaleza) de una mínima parte de la sociedad japonesa de aquella época, al margen del resto de la población que vivía en la más absoluta pobreza y abandono. Más de 1000 páginas en dos volúmenes, repletas de cerezos en flor, inciensos y miradas a la luna, mientras se humedecen las mangas del kimono (llanto). Una lectura exigente, si, pero una absoluta delicia. |
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