y, de repente, me di cuenta de que mi deseo de amarla era mucho más grande y poderoso que mi miedo. Era algo prácticamente vital para mí. Se trataba de amor. Llenaba mi corazón de una forma que no había espacio para nada más.
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y, de repente, me di cuenta de que mi deseo de amarla era mucho más grande y poderoso que mi miedo. Era algo prácticamente vital para mí. Se trataba de amor. Llenaba mi corazón de una forma que no había espacio para nada más.
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…todos los días me recordaba que aunque la vida podía ser solitaria y dolorosa, también estaba llena de arcoíris sobre el agua, de campos de narcisos y ángeles que surgían de la roca. Estaba llena de flores delicadas que, a pesar de todo, encontraban la fuerza para volverse hacia la luz del sol y florecer. Estaba llena de milagros que llegaban cuando menos lo esperabas y de la sabiduría duramente adquirida de que la sanación, como la piedra, solo es arena, presión y tiempo.
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Mi corazón seguía latiendo, a pesar de que parecía que se me encogía en el pecho. No quería volver a sufrir nunca más.
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Esa era su esencia. Gabriel, el chico que no se había permitido olvidar el amor, y yo, la chica que se había asegurado de no recordarlo.
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No era posible que lo supiera —y sin duda no lo había supuesto—, pero era como si hubiera sido arrastrado hacia Ellie, porque nuestros pasados —y nuestros corazones— estaban alineados de tal manera que estábamos destinados a curarnos el uno al otro.
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—No me puedes arreglar, ¿sabes? […] Yo quería que sanara, y esperaba formar parte del proceso. Pero nadie podía arreglar a otra persona. Solo nos podíamos salvar nosotros mismos. —No, tienes razón. No puedo arreglarte. «Solo puedo amarte. Y quiero intentarlo». |
Quizá algo que veía en sus ojos me recordaba el dolor que yo también había experimentado. Tal vez esa era la razón de que la amara como la amaba, porque ella llegaba a los rincones más oscuros de mi corazón y de mi alma. O quizá simplemente era algo que no podía explicar con palabras, y que tampoco necesitaba ninguna explicación.
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Se apoderó de mi una feroz necesidad de protegerla, una necesidad tan abrumadora de consolarla que casi me dolía. Y, de repente, me di cuenta de que mi deseo de amarla era mucho más grande y poderoso que mi miedo. Era algo prácticamente vital para mi. Se trataba de amor. Llenaba mi corazón de una forma que no había espacio para nada más.
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"No me puedes arreglar, ¿sabes?". "No, solo puedo amarte". |
En algún momento de mi vida, los cuerpos de los hombres habían empezado a ser iguales para mí: gordos, flacos, con buena constitución…, ¿qué más daba? Todos los utilizaban igual: para infligir dolor a otros y para buscar su propio placer.
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Gregorio Samsa es un ...