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Crítica de UnaiGoiko74


UnaiGoiko74
16 August 2020
La historia arranca con un joven aventurero de espíritu romántico y emprendedor, el capitán Walton, que va narrando de forma epistolar su proyecto de exploración del Polo Norte a su hermana, Margaret. Entre las obsesiones del capitán, una es vital:

“Me gustaría contar con la compañía de un hombre que me pudiera comprender, cuya mirada contestara a la mía. Puedes acusarme de ser un romántico, mi querida hermana, pero siento amargamente la necesidad de contar con un amigo.”

En el curso de esta expedición avistan a lo lejos a una figura de gran tamaño conduciendo un trineo tirado por varios perros y a una persona cuyo trineo, tirado por un único can, llega hasta el casco del barco del capitán Walton. La tripulación lo sube a bordo, y tras varios días recuperándose de sus congelaciones, decide contar su historia al capitán.

La persona rescatada no es otra que Victor Frankenstein que, tras hacer una breve introducción a su infancia y juventud, pasará a narrar el momento en que concibió la idea de crear vida de la materia inerte, inspirado por las obras de alquimistas como Cornelio Agrippa, Paracelso y Alberto Magno. Es importante tener en cuenta, en este sentido, la gran influencia que se aprecia en Shelley de la teoría del galvanismo, muy de moda a principios del siglo XVIII, según la cual, la electricidad podría propiciar la sanación del enfermo e incluso reanimar a un cadáver.

“me entregué con toda la pasión a la búsqueda de la piedra filosofal y el elixir de la vida.”

En su camino chocará con la incomprensión de sus profesores universitarios, los cuales rechazaban cualquier idea de la ciencia que se escapará de los enfoques ilustrados, tachándolas de supersticiones y falsedades:

“—Cada minuto, cada instante que ha desperdiciado usted en esos libros ha sido tiempo perdido, completa y absolutamente —añadió el señor Krempe con enojo—. Tiene usted el cerebro atestado de sistemas caducos y nombres inútiles. ¡Dios mío…! ¿En qué desierto ha estado viviendo usted? ¿Es que no había un alma caritativa que le dijera a usted que esas tonterías que ha devorado con avidez tienen más de mil años y son tan rancias como anticuadas? No esperaba encontrarme a un discípulo de Alberto Magno y de Paracelso en el siglo de la Ilustración y la ciencia. Mi querido señor, deberá usted comenzar sus estudios absolutamente desde el principio.”

Al final logra su propósito y, tras meses recluido en su estudio, dio vida a su monstruo (al cual, por cierto, jamás puso nombre; dirigiéndose a él como “monstruo o diablo”), pero al darse cuenta del horror que había creado, lo repudió y abandonó a su suerte. Este rechazo causó un fuerte resentimiento en la criatura, que privado de afecto y viendo que la humanidad le repudiaba, odiaba y atacaba por su forma y apariencia, comenzó a albergar un resentimiento sin fin y una fuerte sed de venganza hacia su creador: Víctor Frankenstein. Esa sed le condujo a cometer varios asesinatos contra las personas que éste más amaba.

“Pensé en el ser a quien había arrojado en medio de la humanidad y a quien había dotado de voluntad y de poder para ejecutar sus horrorosos proyectos, como aquel que había llevado a cabo, casi como si fuera mi propio vampiro, mi propio espíritu liberado de la tumba y obligado a destruir a todos aquellos que yo amaba.”

La segunda parte del libro comienza con una narración en primera persona del monstruo. Éste, dotado de una capacidad de raciocinio y elocuencia sin igual, muestra al lector las dificultades por las que pasó desde su “nacimiento”, y las injusticias que contra él cometió la sociedad. Lo cual le lleva a proclamar lo siguiente:

“Vengaré mis sufrimientos; si no puedo inspirar amor, causaré terror; y principalmente a vos, mi enemigo supremo, porque sois mi creador, os he jurado odio eterno.”

Cuando, en un momento álgido del relato, creador y criatura se encuentran, este último le exige a Víctor que cree una mujer, una compañera que le haga compañía y convierta su vida más soportable. Sin embargo, Frankenstein se niega:

“Me recorrió un escalofrío al pensar que los siglos futuros me maldecirían como si fuera la peste, y dirían que, por egoísmo, no había dudado en comprar mi propia tranquilidad a un precio que tal vez ponía en peligro la pervivencia de la especie humana.”

El monstruo le exhorta a realizarlo vehementemente:

“Tú eres mi creador, pero yo soy tu dueño: ¡obedéceme!”

La negativa a tal petición desencadenará un frenesí de muerte y venganza que no terminará hasta el clímax final.

Conclusión:

Mary Shelley nos presenta en esta ficción de terror a Víctor Frankenstein como al nuevo Prometeo, titán que robo el fuego a los dioses para dárselo a los humanos en un gesto de generosidad y compasión. Su relato es una oda al romanticismo, con abundancia de descripciones de paisajes y sentimientos que expresan la personalidad atormentada del personaje principal, así como pasajes poéticos como éste:

“Elizabeth también lloraba y era desgraciada; pero la suya era también la tristeza de la inocencia, la cual, como una nube que pasa sobre la pálida luna, durante un instante la oculta, pero no puede matar su brillo.”

En el fondo, tras esta historia tan fantástica, narrada en su totalidad en primera persona, subyace un mensaje moralizante: la ciencia no puede suplantar a la naturaleza; no podemos jugar a ser dioses.

“Cuando reflexioné sobre el trabajo que había realizado, nada menos que la creación de un animal sensible y racional, no me pude considerar uno más entre todos los demás científicos.
Pero ese sentimiento que entonces me animó ahora solo me sirve para sumergirme aún más en el fango. Todas mis fantasías y esperanzas han
quedado en nada; y como aquel arcángel que aspiraba a la omnipotencia,
ahora me veo encadenado en un infierno eterno.”
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