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Crítica de Inquilinas_Netherfield


Inquilinas_Netherfield
20 April 2021
Cluny Brown fue otra de las alegrías lectoras de finales de 2020 en el apartado "lecturas british clásicas maravillosas que no sabíamos que necesitábamos en nuestras vidas pero que una editorial no menos maravillosa se ha decidido a publicar". al igual que El fantasma y la señora Muir, de la que os hablé hace unas semanas, también tiene adaptación cinematográfica, pero no la he visto así que ni puedo haceros reseña combo ni compararla aunque sea por encima con la novela (aun así ya la tengo en casa para verla en cuanto me sea posible).

Cluny Brown, huérfana desde muy temprana edad, vive en Londres con su tío, el señor Porritt, un fontanero cuya única preocupación en la vida es qué va a ser de su sobrina. Porque Cluny es una joven de veinte años peculiar, feúcha y con una personalidad arrolladora, que no termina de encajar en ningún sitio ni considera que nada le esté vedado, provocando situaciones que a su tío no le parecen adecuadas. Tras uno de estos sucesos poco convenientes que el señor Porritt salva in extremis decide tomar cartas en el asunto y buscarle un trabajo como criada en plena campiña. Ya puede Cluny protestar lo que quiera que pronto se ve trabajando en la mansión de Friars Carmel, donde vive un matrimonio mayor (lord y lady Carmel) y donde ya poco queda de esplendores pasados con decenas de criados pululando por la casa. Ocasionalmente llega de visita Andrew, el hijo de los Carmel, a quien interesan mucho más Londres y la situación política europea que su futuro como señor de la casa, y que un buen día aparece acompañado de un escritor polaco al que supuestamente persiguen los nazis. Cluny se abrirá paso en plena campiña de Devonshire como lo ha hecho siempre a lo largo de su vida, a base de ser ella misma y de poner en práctica su lema: que siempre estén pasando cosas.

Margery Sharp demuestra en esta novela el gran talento que tenía para el ritmo narrativo. Siempre está ocurriendo algo, nos vamos de unos personajes a otros constantemente y todos tienen siempre algo que decir, algo que contar, algo que hace avanzar la historia. Los diálogos son ingeniosos y agudos, los personajes tienen charming y el contexto social y temporal encuadra de manera metódica lo que de otro modo quizás solo sería una historia divertida y vivaracha sin más trasfondo general.

Aquí cada cual cumple su función. El señor Porritt quiere mucho a su sobrina, pero Cluny pertenece a una nueva generación de mujeres que no comprende y se le escapa de las manos; sir Henry percibe la vida (casi a mediados del siglo XX) como si la reina Victoria acabase de subir al trono; lady Carmel se dedica a su jardín y sus flores mientras guarda su inteligencia y agudas observaciones a buen recaudo para cuando son necesarias; los criados de la casa sienten añoranza de cuando la mansión vivía tiempos mejores y se mataban a trabajar en ella; Andrew no entiende que quieran que se haga cargo de la mansión y se pasa la vida leyendo el periódico en busca de noticias de Europa; Belinski, el escritor polaco, va de bohemio pero le gusta la buena vida más que a un tonto un lápiz; y Cluny... Cluny solo sabe que no quiere tener una vida aburrida, que hay mucho por ver, mucho por conocer, mucho por descubrir y, sinceramente, no entiende por qué no puede tener un perro solo por el hecho de ser criada, y nadie es capaz de contestarle adecuadamente a esa pregunta.

Todos estos personajes, y unos cuantos más de los que no os quiero hablar aquí, se entremezclan y relacionan como en un caleidoscopio, dando lugar a situaciones, conversaciones y reflexiones agudas con un fin que va más allá de las apariencias. ¿Para qué utiliza Margery Sharp a todos estos personajes? Para encuadrar el momento histórico en que se ambienta la novela y poner el foco en todas las particularidades que a la larga se han mostrado como detonantes del cambio en el orden social existente en la época. Y es que Cluny Brown es de esos libros que, por la forma en que están contados y por la peculiaridad de los personajes que contiene, puede dar sensación de frivolidad y de quedarse en la superficie, pero nada más alejado de la realidad. Margery Sharp se revela como una autora muy divertida, con un talento innato para la ironía y un sentido del humor que campan a sus anchas durante toda la narración, pero también muy inteligente y sutil para plasmar sin fisuras y con mucha habilidad la sociedad británica de entreguerras cuya idiosincrasia misma fue su transformación intrínseca; esa sociedad que oía a lo lejos los tambores de guerra y decidía si asimilar ese sonido y prepararse para lo que venía o taparse las orejas y seguir con su vida de cuidados en el jardín y tacitas de té a las cinco... esa sociedad que también estaba a punto de abrir ventanas y puertas a una mujer que se iba a incorporar al nuevo status quo de una manera insospechada hasta entonces, y de la que la propia Cluny Brown es una precursora aunque ella misma no lo sepa.

La alta sociedad inglesa de 1938 que plasma Cluny Brown es la de un microcosmos que había comenzado su decadencia tras el estallido de la Primera Guerra Mundial y no había tenido ningún pico hacia arriba en la curva desde entonces. El orden social se transformaba, evolucionaba, cambiaba a marchas forzadas sin tomarse ni un respiro, y la vieja Inglaterra daba sus últimos coletazos. Tal y como se dice en cierto momento del libro, lord Henry vive con cien años de retraso, y se aferra a ese agujero temporal con uñas y dientes. Quiere que su hijo haga lo mismo, que se dedique a pasear a caballo para que sus arredantarios le saluden sombrero en mano, que salga a cazar cuatro días a la semana y que el resto del tiempo se dedique a hacerse cargo de la finca. Es un buen hombre, no le ha hecho nunca mal a nadie, pero le deja perplejo que Andrew prefiera pasar sus días en Londres, que hable de su preocupación por lo que ocurre en Europa y que mire hacia el futuro constantemente en lugar de mirar hacia el pasado, que es su espacio temporal preferido en el mundo.

Y luego están las mujeres de la novela, que yo unifico en Cluny porque no quiero daros más detalles sobre otros personajes secundarios que también tienen mucha importancia en la historia. Se rebelan ante el destino impuesto por la sociedad, son dueñas de sus propias decisiones, estiran todo lo que pueden las cuerdas que se empeñan en atarlas, saben que solo necesitan tiempo para encontrar el modo de romperlas, y cada de una de ellas lo acaba consiguiendo a su manera, con sus propios fines y en busca de su propia felicidad. Admito que yo al desenlace de Cluny le pondría un pero, uno pequeñito, pero al fin y al cabo es el final que ella quiere y con eso le tiene que bastar al lector.

Cluny Brown es, en definitiva, una novela donde el humor, la ironía y el costumbrismo más mordaz se dan la mano con un retrato social mucho más profundo y crítico de lo que su pizpireta apariencia da a entender. A día de hoy nos puede parecer muy lejano, pero en 1938 la sociedad y la vida en general, tal y como se conocían, estaban abocadas a la desaparición y transición hacia algo completamente distinto e inexplorado. Esta novela muestra la convivencia entre aquellos que ya estaban subidos al tren del cambio aunque no fuesen conscientes de ello y los que veían pasar esos trenes sabiendo en el fondo que en algún momento también tendrían que subirse pero que no tenían prisa por hacerlo. Y condimentando todo esto con sal y pimienta tenemos al señor Belinski, el escritor polaco que representa a la Europa que ya hervía y sospechaba lo que estaba por venir y no podía dejar de sorprenderse por la placidez y flema de la vieja guardia británica, cuya máxima aspiración era tener una casa en el campo y enterrar allí la cabeza en el pasado.

Divertida, crítica, ocurrente, amable y metiendo el dedo (con una sonrisa) en las llagas de la época que retrata. He disfrutado mucho de Cluny Brown y me he quedado con ganas de leer más de Margery Sharp. A ver si llega la indirecta donde tenga que llegar :)
Enlace: http://inquilinasnetherfield..
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