Te besé antes de matarte. No hay otro modo que éste, matándome a mí mismo, para morir con un beso.
|
Te besé antes de matarte. No hay otro modo que éste, matándome a mí mismo, para morir con un beso.
|
Más vale tener las armas rotas que las manos vacías.
|
El celoso no lo es por un motivo: lo es porque lo es. Los celos son un monstruo engendrado y nacido de sí mismo.
|
Infame ladrón, ¿dónde tienes a mi hija? Estabas condenado y tenías que embrujarla. Lo someto al dictamen de los cuerdos: si no la encadena la magia, no se entiende que muchacha tan dulce, gentil y dichosa, tan adversa al matrimonio que rehusó a nuestros favoritos más ricos y galanos, se exponga a la pública irrisión, abandonando su tutela para caer en el pecho tiznado de un ser como tú que asusta y repugna. Que el mundo me juzgue si no es manifiesto que lanzaste contra ella tus viles hechizos, corrompiendo su tierna juventud con pócimas y filtros que embotan los sentidos. Haré que lo examinen: se puede probar, es verosímil. Así que te detengo por ser un corruptor, un oficiante de artes clandestinas y proscritas. ¡Prendedle! Si se resiste, reducidle por la fuerza. |
Las palabras son siempre palabras y todavía no he oído nunca decir que se pueda llegar a lo hondo de un corazón traspasado de dolor pasado el remedio por las orejas. |
Primero apaguemos la luz que alumbra, y después apagaremos la luz de su vida, que deslumbra. Si a ti te apago cuando quiera podré de nuevo darte el resplandor que tenías, pero a ti, aunque me arrepienta, ¿cómo podré devolverte el destello refulgente de tu vida?
|
Es el primer libro publicado por Carlos Fuentes.