Julio César

El mal que hacen los hombres perdura sobre su memoria.

Los cobardes mueren muchas veces antes de su muerte; los valientes sólo saborean la muerte una vez.

¡Porque no tengo ni talento, ni elocuencia , ni mérito, ni estilo, ni ademanes, ni el poder de la oratoria, que enardece la sangre de los hombres!

¡Los hombres son algunas veces dueños de sus destinos! ¡La culpa, querido Bruto, no es de nuestras estrellas, sino de nosotros mismos , que consentimos en ser inferiores!

Si pudiera rebajarme a suplicar, los ruegos me conmoverian, pero soy constante como la estrella polar, que por su fijeza e inmovilidad no tiene semejanza con ninguna otra del firmamento.

Y por lo tanto, debe considerarsele como al huevo de la serpiente, que, incubado, llegaría a ser dañino, como todos los de su especie, por lo que es fuerza matarlo en el cascarón.

Lágrimas hay para su afecto, gozo para su fortuna, honra para su valor y muerte para su ambición. ¿Quien hay aquí tan abyecto que quisiera ser esclavo?¡Si hay alguno, que hable, pues a él he ofendido!

¿Que estercolero, qué desecho, qué inmundicia es Roma, cuando sirve de baja materia para alumbrar una cosa tan vil como César?

Y puesto que sabéis que no podríais miraros tan bien como por reflejo, yo, espejo vuestro, os descubriré sin lisonjas lo que existe en vos que todavía ignorais.

Soy propiamente un cirujano de calzas viejas; cuando están en peligro, les devuelvo la salud. De modo que personas tan calificadas como las que más, han ido en cueros limpios con la obra de mis manos.