Los gobiernos viven de las dentelladas traicioneras que les propinan a los ciudadanos.
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Los gobiernos viven de las dentelladas traicioneras que les propinan a los ciudadanos.
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Nadie consigue atar un trueno, y nadie consigue apropiarse de los cielos del otro en el momento del abandono.
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Me repetía a cada rato que los gringos se sentirían felices conmigo, considerando que también tengo nombre de gringo. —¿Cómo así, paisano? —Onecén es el nombre de un santo de los gringos. Aparece en sus moneditas y se escribe separado con una letra «te» al final. One cent. |
La vida en la selva templó cada detalle de su cuerpo. Adquirió músculos felinos que con el paso de los años se volvieron correosos. Sabía tanto de la selva como un shuar. Era tan buen rastreador como un shuar. Nadaba tan bien como un shuar. En definitiva, era como uno de ellos, pero no era uno de ellos.
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Muchas veces escuchó decir que con los años llega la sabiduría, y él esperó, confiando en que tal sabiduría le entregara lo que más deseaba: ser capaz de guiar el rumbo de los recuerdos y no caer en las trampas que éstos tendían a menudo.
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En tanto los colonos destrozaban la selva construyendo la obra maestra del hombre civilizado: el desierto
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Con los años llega la sabiduría, y él esperó, confiando en qué tal sabiduría le entregara lo que más deseaba: ser capaz de guiar el rumbo de los recuerdos y no caer en las trampas que estos tendían a menudo.
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Había desayuno temprano y sabía de los convenientes de cazar con el cuerpo pesado. El cazador ha de ir siempre un poco hambriento, pues el hambre agudiza los sentidos.
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Tanto los colonos como los buscadores de oro cometían toda clase de errores estúpidos en la selva. La depredaban sin consideración, y esto conseguía que algunas bestias se volvieran feroces.
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-¿Verdad que sabes leer, compadre? -Algo. -¿Y que estás leyendo? -Una novela. Pero quédate callado. Si hablas se mueve la llama, y a mi se me mueven las letras. |
Como agua para chocolate