Fue entonces cuando escuché un zumbido cerca y el gruñido de la leona. Después, el ruido que hizo su cuerpo de ciento veinte kilos al caer en bloque al suelo. Y luego, cuando me atreví a alzar la vista y mirar al frente, vi lo imposible: un cazador prehistórico en posición de lanzamiento. Daba igual que estuviera vestido con ropa contemporánea, jamás había visto lanzar de aquella manera. Precisa, segura, certera. Tenía la pierna izquierda adelantada, el brazo derecho echado hacia atrás, con el codo flexionado y sujetando el propulsor, nada parecido a como hacíamos prácticas de tiro en los talleres didácticos de Atapuerca. El brazo izquierdo estaba extendido paralelo a la lanza, como si le indicara el camino a seguir. El cazador volvió a arrojar una lanza y después avanzó hacia nuestro árbol como si él mismo fuera un felino.
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