Duramadre

Me ha ocurrido en muchas ocasiones que me quedo paralizado ante algún problema cotidiano cuya solución no va más allá de tocar una puerta. Situaciones absurdas que oscurecen tu capacidad de raciocinio, que te obligan a combatir con el peor de los horrores al que algún día te enfrentarás, a ti mismo. Hay algo en tu cabeza que te atenaza, que te paraliza, que te invita a adoptar una postura de confort en la que desaparecen cada una de las preocupaciones. Y pronto, sin que apenas te hayas dado cuenta acabas preso de un miedo que te impide seguir adelante..
La historia que nos cuenta Victor Sellés en Duramadre habla de esos miedos y de la manera de intentar afrontarlos. Nos los cuenta planteándonos un enfrentamiento generacional entre dos desconocidos que, aun perteneciendo a la misma familia, apenas se han mirado a los ojos. Lorena y El viejo, abuelo y nieta, son dos personas que solo tienen en común un pasado que está arrasado por fantasmas y al que se muestran incapaces de afrontar. Más allá de eso se sienten extraños y fuera de lugar en una sociedad que está llena de ilusiones rotas, amistades pasajeras y sentimientos arraigados de culpa.
Con la fragilidad de esos personajes Victor Sellés nos invita a descubrir una novela en la que se esconden tanto el misterio que atenaza a sus protagonistas como la aparición de una serie de personajes o entidades cuya trama completa el puzzle. Y lo hace dejando en manos del lector las variadas interpretaciones que ejercen esos personajes a lo largo de la trama.
Y es que los acontecimientos que van sucediendo a lo largo de las páginas poseen la ambigüedad necesaria para que te plantees de si lo que estás leyendo es real o, por el contrario, no dejan de ser la personificación de todos los traumas a los que los protagonistas se tienen que enfrentar. Eso lo decide cada uno y supone uno de los grandes aciertos de una novela que claramente invita a una relectura para completar todas los salidas posibles.
Por el contrario, el uso reiterado de elementos habituales de la cultura pop, que en cierto modo definen a cada uno de los personajes, terminan por distraer la atención del tormento por el que pasan estos dos extraños. No terminé de simpatizar con ellas, apartaban mi vista hacia esas referencias alejándome de la tensión que disfrutaba hasta ese momento y me parecieron excesivas. Pero es un detalle menor que no deteriora el conjunto de una obra en la que las emociones llevan el peso.
Lo curioso de Duramandre es el modo que nos propone el autor de enfrentarse a todos esos traumas internos que atenazan a sus personajes. Nos invita a adentrarnos en un mundo en el que lo onírico, y sus pesadillas, pueden materializarse, con todo lo que eso puede suponer en la realidad que conocemos. Tanto Lorena como El viejo lo harán de maneras distintas, pero en ambas ocasiones se puede palpar el dolor de los personajes en esos combates.
En definitiva, Duramadre es una novela que nos habla de unos personajes que arrastran unas emociones tan dolorosas que les impiden seguir adelante. Pequeñas bolas de nieve que arrastrarán una avalancha de silencio que necesita encontrar, al fin, su eco.