Más tarde, Holloway intentaba aliviar los músculos doloridos con la ayuda de una ducha caliente en el diminuto lavabo de la cabaña cuando Bebé Peludo apartó la cortina y tuvo ocasión de ver por primera vez a un hombre desnudo y cubierto de jabón. —¿Te importa? —preguntó Holloway, templado. No era un exhibicionista, pero que un peludo lo estuviera observando mientras se duchaba no era para tanto. Era como cuando el gato te mira mientras te vistes. Bebé volvió la cabeza y soltó un chillido. Al cabo de cinco segundos, otras cuatro cabezas se asomaron a la ducha, atentas al gracioso ser lampiño que llevaba a cabo aquel incomprensible ritual líquido. En ese momento Holloway sí que sintió algo incómodo. |