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Crítica de gustavoadolfo


gustavoadolfo
22 April 2020
Razones para leer Cómo maté a mi padre, de Sara Jaramillo Klinkert (Medellín: Angosta Editores, 2019, 255 p.).

Para empezar, debemos decir que esta es una novela “testimonial” en la que la autora narra el asesinato de su padre, en la década de 1990, en Medellín (Colombia). Es decir, se trata de una historia que transcurre en la época del narcotráfico. Sin embargo, también debemos decir que esta novela no se detiene a develar las causas del asesinato, ni tampoco presta atención a las potenciales investigaciones y ni siquiera detalla —lo suficiente— la escena del crimen. No. Esta novela enfatiza en la tragedia de los que sobreviven, la tragedia familiar que consiste en la necesidad de intentar olvidar al padre para poder vivir con menos dolor.

En contraposición a la violencia ocasionada por el narcotráfico, esta novela cuenta la historia de otro ‘crimen', el que cometen los familiares de la víctima, exactamente su hija (es el ‘crimen' que intentamos cometer todos al perder a alguien). La niña de once años mata a su padre ignorando el tema de su muerte, desviando la conversación, intentando olvidarlo y —en general—, haciendo todo lo necesario para que el padre se convierta en una sombra, en un fantasma, en un mero nombre y en un recuerdo. de esta manera, un día cualquiera se percata de que ya no recuerda su voz, ni tampoco su rostro; incluso, un día dudará de su verdadera existencia pasada. Ahora bien, junto con el personaje aprendemos que nadie olvida así de fácil y que —por el contrario—, lo que se intenta olvidar se recuerda de manera más fácil e intensa.

Aunque la novela se centre en la tragedia interna que sufre la protagonista, la violencia del suceso impacta en su vida diaria; de allí —por ejemplo— su miedo a las motos (vehículo utilizado por los sicarios), y de allí también la precaución de —en carretera—, cambiar constantemente de camino. Las consecuencias de la violencia se eternizan y por ello surge la tristeza en los personajes al no poder visitar la tumba del padre, ante nuevas represalias de los asesinos; y también se patentiza la violencia en el conocimiento exacto de saber que la tumba de un hombre que podaba su jardín será invadida —irremediablemente— por la maleza. Esta misma violencia se interioriza y se hace cicatriz en la protagonista, por ello esta novela es la historia de una niña que se come las uñas porque le mataron a su papá.

En términos composicionales, la novela se divide en treinta narraciones cortas. Para mí son como imágenes tituladas, que además resultan independientes y conclusivas. Su lectura total permiten la comprensión de la conciencia —contradictoria y paradójica— de su narradora. de entre todas sus páginas prefiero las que pertenecen a las primeras narraciones, las que cuentan con la focalización de la niña de once años, una narración llena de suposiciones infantiles, divertidas y melancólicas al mismo tiempo. En ellas se cuenta la historia de la niña que, de la noche a la mañana, se convirtió en madre de cuatro hijos (sus hermanos) y que, también de un solo tirón, pareció crecer treinta años. Es la historia de una niña que tiene que vivir en un mundo de adultos; así, desde su particular punto de vista, los mayores que se reúnen a llorar la muerte se le parecen a un bosque de piernas; de la misma manera en que el día del entierro no quiere que nadie la consuele porque, quizás, arruinen su chaqueta de satín.

Es la misma historia de la niña que se intoxica con cuarenta chocolatinas, quien además supo predecir la muerte de su hermano y la historia de la niña que quiere ser una flor para ser lanzada en el hueco del ataúd de su padre. Ahora bien, la tragedia de olvidar al padre también consiste en recordarlo, en tenerlo todos los días, por lo menos durante los primeros diez segundos de cada mañana, justo al despertar, antes de ser consciente de que fue asesinado.

Por otro lado, existe en la novela una segunda voz, la llevada a cabo por la mujer adulta que —pese a todo el dolor del recuerdo— ha logrado sobrevivir. Las apariencias engañan y por ello la mujer adulta encuentra rasgos de su padre en sus amantes; y por ello también el padre se convierte en tema de la novela que leemos, la novela que la protagonista intenta escribir. Incluso intentándolo, el recuerdo del padre siempre sobreviene, y la novela que leemos es el primer esfuerzo de la niña que —ahora convertida en mujer—, también quiere ser escritora. En este sentido, recordé La invención de la soledad (1982), de Paul Auster; otra novela sobre la muerte del padre en la que el narrador declara: "supe que tendría que escribir sobre mi padre. No tenía ni plan ni una idea precisa de lo que eso significaba; ni siquiera recuerdo haber tomado una decisión consciente al respecto. Pero la idea estaba allí, como una certeza, una obligación que comenzó a imponerse a sí misma […]".

A mi parecer, la voz utilizada para focalizar a la mujer no es tan consistente como la voz que se permite ver el mundo con los ojos de la niña. Ahora bien, a pesar de ello considero que el tono intimista de la narración se sostiene en gran parte de sus páginas. Es una novela que posee algunos lugares comunes, ¿pero qué vida no está llena de lugares comunes? En este sentido, la novela descubre la tragedia diaria y las pocas herramientas con las que todos contamos para sobrellevar la pérdida. Es una novela sincera que no teme decir algunas verdades incómodas sobre nuestra condición humana, especialmente sobre nuestras bajezas (como hijos, como hermanos...).

El tema de la novela recuerda, directamente, la obra El olvido que seremos (2005), de Héctor Abad Faciolince; a quien la autora le agradece de manera expresa. No sobra indicar el hecho obvio de que la obra aparece, por primera vez, bajo la editorial del escritor. Asimismo, no sobra decir que la edición material de la novela sobresale por su calidad y belleza; la obra pertenece a la colección Lince, en la que se suceden las obras de talentos recién descubiertos.

Para terminar, me gustaría decir que la novela cuenta con un personaje secundario, Catalina, quien ayuda con los trabajos de la casa; esa misma casa en donde Dios siempre vigila, pero se olvida de ayudar. El personaje de Catalina logró concentrar toda mi atención en cada una de sus apariciones. Ella es una especie de chivo expiatorio de las travesuras infantiles y también de todas las debilidades de los dueños de la casa. Siento que Catalina es un personaje muy bien logrado, y dada esta propensión sentí que la narración no le hace justicia cuando se marcha de la casa, cuando sencillamente desaparece de la historia. Ella es otra pérdida más para los integrantes de la familia, y —personalmente—, me hubiera gustado encontrar un mayor desarrollo de su historia.

Sara Jaramillo, la autora, es periodista de la Universidad Pontificia Bolivariana y Magíster en Narrativa de la Escuela de Escritores de Madrid. Autora del relato “La planta carnívora”, publicado en la revista La Rompedora. Cómo maté a mi padre es su primera novela, cuya segunda edición aparecerá bajo el sello de la Editorial Lumen (2020).

Enlace: https://guardopalabras.blogs..
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