El libro de mi destino

Hoy en día, para salvar a nuestros hijos y ofrecerle un futuro, las madres tenemos que soportar el dolor de su ausencia. Es el precio que hemos de pagar; si no, no podríamos considerarnos buenas madres.

Ahora que son ricos se dan tantos aires que no me sorprendería que les pusieran nombres bonitos a los piojos que les corren por la cabeza.

No le entregas a tu hija a un desconocido como si fuera una mercancía cualquiera.

Estaban dispuestos a hacer cualquier cosa con tal de no perder a aquel pretendiente, como náufragos que se aferra a una tabla. Y en cuanto vi al pretendiente, me di cuenta de que en verdad no era más que que madera a la deriva.

Junto a él podría vivir en el infierno.

Lo único que ensombrecía mi felicidad era el horror que me producían los susurros en mi casa, cada vez más frecuentes a medida que se acercaba el final de curso, y la amenaza de que pusieran fin a mi educación.

Todos encontramos nuestra manera de vengarnos de la vida y de hacer de nuestra existencia algo tolerable.