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Crítica de Inquilinas_Netherfield


Inquilinas_Netherfield
14 November 2018
Cuando este libro fue escrito en el otoño de 1831, se había consumido y finiquitado la Revolución de 1830 en Francia (llamada también Revolución de Julio o Las Trois Glorieuses), una revuelta popular y burguesa que consiguió destronar a Carlos X y a su gobierno autocrático, ascendiendo en su lugar al trono a Luis Felipe I.

Estos años convulsos, revueltos e inestables engendraron Indiana o las pasiones de madame Delmare, novela escrita por la incombustible George Sand en la que Indiana es una mujer que concentra y recoge todas las emociones, pasiones y sentimientos inherentes a los agitados y decimonónicos años 30 franceses.

Indiana, procedente de la antigua isla de Bourbon (isla Reunión), posee un corazón criollo apoderado y depositario de los sentimientos de tres hombres diversos y divergentes que representan las personificaciones de las distintas corrientes políticas, sociales y culturales que caracterizaron esta época francesa.

Así, vemos en su marido, el coronel Delmare, a un hombre maduro y curtido por las guerras napoleónicas que se conduce por medio de un realismo castrense que le incapacita para atisbar ninguno de los anhelos y sentimientos que pueblan en el corazón de su joven y frágil mujer.

Estos sentimientos a los que aspira el corazón de su esposa son recogidos sin pudor ni conciencia por el embaucador noble Raymon de Ramière, que con su labia, empatía y habilidades sociales es capaz de colarse de lleno en el corazón de nuestra heroína, exaltando y enardeciendo todos los sentidos que, como antes he comentado, su torpe marido es incapaz de vislumbrar, provocando con ello tales torrentes de romanticismo que llenan y desbordan el corazón de la joven.

Finalmente encontramos a su primo Rodolphe Brown (sir Ralph), observador-activo en la vida de Indiana. Siempre está a su lado y, aunque se comporta como una estatua fría e inerte, esa indolencia indiferente esconde todo un cúmulo de sentimientos, atenciones, cuidados y detenimientos hacia su prima que le resultan casi imposibles de expresar.

Estos tres hombres marcan y dirigen los movimientos de Indiana... pero su corazón, rebosante de sensibilidad y primitivismo, ya ha escogido, y merced a esta elección, ese corazón rebota y choca una y otra vez contra la felicidad, infelicidad y las ataduras matrimoniales: ha entregado su alma y su paz mental al noble Raymon de Ramière, y los caprichos y decisiones de este serán los que marcarán los ritmos de su flamante amor, tensionando su convivencia marital y colocando al bueno de sir Ralph en la posición de espectador y observador.

Por otro lado, ella siente que su corazón es libre y que no lo ha ofrecido por medio de ninguna cláusula matrimonial. Por ello, y a pesar de sus ataduras, opta en todo momento por lo que ella cree amor verdadero, ya que ni los prejuicios sociales ni los religiosos son capaces de privarle de una especie de frenesí y éxtasis que le nubla la conciencia y el discernimiento y le impide ver y reconocer a los hombres de su vida tal y como son en realidad, con sus embaucamientos y sus mentiras. También es cierto que vive enamorada de un amor imaginado e idealizado que deforma y magnifica, entregándose a una lucha que, desde el principio, todos intuimos que no va a recalar en buen puerto... todos, menos la protagonista. Y eso que desde el principio los actos del noble hablan por sí solos, pero no hay más ciego que el que no quiere ver.

Así, encontramos a nuestra buena Indiana supurando amor romántico y viviendo en una burbuja, obnubilada y girando su vida al ritmo de los antojos y ligerezas de su versátil noble. Todos estos cambios de humor y de sentidos marcan los ritmos y giros argumentales de la novela, y a lo largo de ellos vemos cómo la vida de nuestra protagonista asciende y desciende al mismo tiempo que su corazón y su vida giran y giran en una vorágine de sentimientos incontrolados.

Ya solo nos queda saber el papel del observador-activo, el contrapunto a todo este descontrol y desasosiego. Nuestro buen Ralph se convertirá en un ángel salvador... intermediario, sin opinar ni enjuiciar, entre las dos corrientes centrifugadoras que dirigen el corazón de Indiana: la del deber social y la de sus deseos más íntimos. Y, a partir de aquí, el lector debe descubrir cómo acabará este cuarteto singular lleno de sentimientos profundos y viscerales.

La prolija George Sand supo insuflar a una de sus novelas más tempranas toda la sensibilidad de la época, en la que los movimientos sociales diluían los diferentes estamentos encumbrando y posibilitando a una burguesía cada vez más poderosa, mientras que a la rancia nobleza no le quedaba otra que la connivencia con ellos. Esto lo observamos en alguna de las decisiones de Raymon de Ramière, a quien no le importa sacudirse todos los escrúpulos de su clase si con eso favorece sus intereses y su supervivencia.

Indiana o las pasiones de Madame Delmare es una novela maravillosa, un acceso perfecto a la vida de su autora, George Sand... una puerta abierta a su grandiosa e ingente labor literaria, legado de todas sus experiencias y de su vida. Toda esta herencia literaria se enraizó con su época, donde su sensibilidad, instinto y feminidad no le impidieron vivir una vida plena, cercana e influenciada siempre por todo cuanto le rodeaba, ya fueran los movimientos sociales y reivindicativos, o la política, las colonias y, sobre todo, la condición y los derechos de la mujer. No me voy a extender sobre la autora, pues podemos encontrarla y descubrirla en la reveladora y significativa introducción de Beatriz Alonso.

Como ya sabéis, soy una ferviente admiradora de todos los libros de la editorial dÉpoca, y en especial de la colección Delicatessen. Son todos tan bonitos y exquisitos en sus detalles e ilustraciones que no me canso de tocarlos y admirarlos, e Indiana o las pasiones de Madame Delmare cumple rigurosamente con todos esos estándares de calidad a los que nos tienen malacostumbrados.

La novela es conmovedora y enriquecedora; me ha fascinado.
Enlace: http://inquilinasnetherfield..
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