Nadie avisa a una puta

Llevo algunos días procrastinando esta reseña porque tengo sentimientos encontrados.

La crónica periodística es uno de mis géneros favoritos; me apasiona conocer desde dentro, desde la mirada particular de un profesional observador informado pero ajeno, un aspecto o sector de la sociedad que queda lejos del alcance de la mayoría de lectores. Lo delicado está en el tema y el tratamiento.

Una de las mayores mentiras del periodismo reside en la objetividad. Es muy complicado (e irresponsable) mantenerse equidistante ante un asunto que pone en juego derechos humanos y la capacidad de las mujeres (libre, sin coacción física, psicológica o estructural-económica) de elegir qué hacer con su cuerpo. Samanta Villar muestra aquí distintas caras de una misma moneda. Creo -creo- que trata de mantenerse aséptica, informar y poner las cartas sobre la mesa, dar datos y compartir partes de la jerga e idiosincrasia del oficio (he aprendido mucho, he de reconocer). Pero se me cae totalmente cuando se detiene en detalles morbosos, destinados a satisfacer la curiosidad de un lector que sabe expectante por descubrir los entresijos. Quizá le habría quitado chispa, pero habría sido una decisión más ética. O con el discurso de la escort. Su vida de lujo y aparente lujuria, por ejemplo, NO es la norma. Y es importante recordar siempre de dónde viene la decisión primigenia de entrar en la prostitución. Precisamente no suele ser la voluntad simple y llana.