Empezar a escribir algo es aprender a escribir de nuevo, a tropezones, siempre con dudas, aunque el texto se haya escrito infinidad de veces en cuadernos perdidos, en cuadernos extraviados que me invento.
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Empezar a escribir algo es aprender a escribir de nuevo, a tropezones, siempre con dudas, aunque el texto se haya escrito infinidad de veces en cuadernos perdidos, en cuadernos extraviados que me invento.
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Lo primero y principal es elegir un lugar al que volver: una terraza, una trastienda, un balcón desde donde se pueda ver, conversar, quizá escribir –a veces–. Un punto fijo o dos –otero, promontorio– para que la ciudad se vuelva más legible. La elección no es tal: se impone, se revela. El turista debe recibirla con la humildad debida, sin titubeos.
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Escribir en las noches, o aun en las tardes, me resulta penoso; los adjetivos se me resisten, los verbos se conjugan como quieren. El lenguaje, por las tardes, se me vuelve espeso.
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En Puerto España encontré una librería con un sistema de clasificación más original que haya visto. Los libros se amontonaban en dos largas mesas de madera con sendos letreros: De un lado los “ libros secos “ y del otro los “ libros mojados con agua de lluvia “. Estos últimos eran más baratos. Ahí y entonces decidí que yo quería escribir libros de ese género y de ningún otro: libros mojados con agua de lluvia; aunque luego he traicionado sistemáticamente esa decisión escribiendo libros más bien secos. |
Desde luego encontré lo que buscaba, porque los buenos libros nunca responden a las expectativas instrumentales del lector.
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¿He estado alguna vez en Cuba? A decir verdad, no me siento seguro afirmando una cosa u otra. Podría haber estado ahí de paso, cuando era un lactante, o en algún sueño. He estado en muchos lugares que no recuerdo y recuerdo muchos sitios donde nunca puse un pie, donde nunca me tomé un mojito. |
Gregorio Samsa es un ...