El ladrón de destinos

La lectura de este volumen de ensayos se me presentaba como un reto, especialmente cuando vienes de leer novelas. A ello se sumaba el desconocimiento de la figura de su autor. En cambio, varios fueron los aspectos que me llevaron a elegir este libro: su contenido metaliterario y la curiosidad por ver cómo un escritor habla de otros escritores (Dickens, Twain) y desvela grandes secretos de la vida literaria. Russo me ha sorprendido muy positivamente en todos los sentidos, superando con creces mis expectativas. Ante todo, se nota su carácter de narrador de historias. Su lenguaje directo, sencillo y cercano, lleno de referencias autobiográficas, plagado de anécdotas personales, casi confesionales, tan típico de los autores norteamericanos, es un discurso que ya por sí solo engancha, hable de lo que hable. Y aunque son ensayos independientes, todos mantienen el hilo de unión de la voz personal de Russo, empeñada en explicar, como buen maestro que fue, el mundo de la creación y sus autores.
El primer ensayo, que da nombre a todo el libro, “El ladrón de destinos”, abre muchas ventanas al conocimiento de la vida del escritor. Nos habla de sus inicios, donde lo que más le costó fue encontrar su propia voz. Y es que el éxito no es fácil. Él, premio Publitzer, ladrón de destinos de otros que aparentaban más talento, reconoce que está hecho a base de tesón, trabajo y mucho tiempo (él habla de las 10000 horas para alcanzar la maestría). No obstante, está igualmente plagado de dudas y preguntas que traslada al lector. Reconoce las dificultades, echando por tierra ese mantra repetido a todos los americanos desde su infancia de que cada uno puede llegar a ser lo que quiera en la vida, no. A veces, es una conjunción de aspectos, entre los cuales entra también la propia vida del escritor, con sus condicionantes personales más bajos y prácticos, como la mera necesidad de ganar dinero para mantener a una familia. Sobre este aspecto tan alejado de la visión romántica impregnada a lo largo de los últimos siglos sobre la figura del escritor, un ser aislado, dotado de un extraordinario genio y talento, etc., etc., profundiza Russo en su tercer ensayo, “Alcanzar la maestría”. Por primera vez he podido leer sobre sindicatos de autores, que defienden los derechos más básicos de los artistas, de másteres en escritura... Es bajar a la tierra y reconocer que los escritores son personas, que se pueden formar en universidades, que la artesanía y el arte comparten muchos paralelismos… y todo ello contado desde la propia experiencia del autor. El aspecto económico, el hecho de que escribir sea un trabajo nos abre otra perspectiva sobre el oficio de escritor, más en esta era cambiante donde la autopublicación es la vía rápida para llegar al éxito.
En el resto de ensayos, nos habla también de su labor docente (que se nota en el tono de sus ensayos, tan claros y didácticos, sin pretensiones intelectuales), de sus amigos, de sus hijos, de sus escritores favoritos, Dickens y Twain (páginas muy ilustrativas para quienes somos fieles lectores de estos autores)… Y sobre todo, de encontrar tu propia voz, camino difícil y arduo, que refleja Russo en una bonita metáfora: es como encontrar un camino para llegar a tu voz interior como Ulises con las sirenas. Y en este camino, para Russo fue esencial el humor, como nos cuenta en “La tumba y la cómoda”.
En definitiva, este libro y su autor han sido todo un descubrimiento personal, prueba de ello son los numerosos párrafos e ideas subrayadas, ideas que quedan para siempre. Como esta: “Buscad qué tipo de trabajo os gustaría hacer gratis y después encontrad a alguien que os pague por hacerlo.”

Absolutamente recomendable tanto si te dedicas al mundo de la literatura como si simplemente eres un lector curioso que quiere conocer un poco mejor el mundo de los escritores, con una edición además muy cuidada y divulgativa (Larrad Ediciones).
El siguiente reto lector: seguir descubriendo al autor a través de sus novelas, como la tan reconocida Ni un pelo de tonto.