* No sólo es leer, es recordar. Revivir. Retroceder a la niñez, al paraíso perdido. al mundo que creemos fantástico y resulta ser el más real de los vividos. Cuando los años eran eternos - entre cumpleaños- y los días, instántaneos (ahora, a los primeros los coleccionamos por décadas y las jornadas se hacen interminables). * * Basta de filosofear. Con el texto de Juan Rulfo, que me obsequió @icarobooks, he recordado a mi tíonotio, padre de mi primonoprimo. Se dedicó por temporadas a tiendas de textiles, la compra y venta de tierras y ganaderías,... y a los gallos de peleas y sus apuestas. Los importaba de México con la ayuda económica de un famoso matador ya, por entonces, retirado de los toros y activo en las juergas. * * Guardo unas lejanas imágenes de un reñidero en Córdoba, cerca del pétreo Cristo de los Faroles. Un miniruedo y unas gradas de madera. Estoy seguro que mi padre no me llevó. Y no hay violencia en mi mente, quizás estuviese vacío. * * Si vi en mi colonial pueblo materno y en una herrería de parientesdeparientes - ¿"los Orejones" ? - como se fabricaban los espolones metálicos para los gallos. Y los tuve en la mano, con más temor que curiosidad. Un galgo - ganador de carreras- temblaba a mi lado, como yo. Aunque el campeón era por frío. * * Es el mundo que relata - de forma magistral- Juan Rulfo en su relato "El gallo de oro", entre historias de palenques y amores "canallas" narrados por las cantadoras de corridas * * Ya lo dijeron. La vida no es como fue sino como se recuerda. Y Rulfo gana a Freud, por espolones |