Todos tenemos un secreto guardado bajo llave en el ático del alma.
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Todos tenemos un secreto guardado bajo llave en el ático del alma.
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Habíamos llegado a la Barcelona encantada, el laberinto de los espíritus, donde las calles tenían nombre de leyenda y los duendes del tiempo caminaban a nuestras espaldas.
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No se puede entender nada de la vida hasta que uno no entiende la muerte.
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Si algún día me pierdo, que me busquen en una estación de tren, pensé.
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La envidia es un ciego que quiere arrancarte los ojos.
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El eco de televisores y radios se elevaba entre los cañones de pobreza, sin llegar jamás a rebasar los tejados. La voz del Raval nunca llega al cielo.
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—Mijail, ¿te acuerdas de aquel día, cuando me preguntaste cuál era la diferencia entre un médico y un mago? Pues bien, Mijail, no hay magia. Nuestro cuerpo empieza a destruirse desde que nace. Somos frágiles. Criaturas pasajeras. Cuanto queda de nosotros son nuestras acciones, el bien o el mal que hacemos a nuestros semejantes. ¿Comprendes lo que quiero decirte, Mijail?
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—De nada sirve toda la geografía, trigonometría y aritmética del mundo si no aprendes a pensar por ti mismo —se justificaba Marina—. Y en ningún colegio te enseñan eso. No está en el programa.
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—De cada mil personas que adquieren un cuadro o una obra de arte, sólo una de ellas tiene una remota idea de lo que compra —le explicaba Salvat, sonriente—. Los demás no compran la obra, compran al artista, lo que han oído y, casi siempre, lo que se imaginan acerca de él. Este negocio no es diferente a vender remedios de curandero o filtros de amor, Germán. La diferencia estriba en el precio.
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Como ladrón no valía un céntimo, pero como mentiroso debo confesar que siempre fui un artista.
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¿Quién es autor del libro?