Uno sólo se enamora de verdad cuando no se da cuenta de que lo está haciendo.
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Uno sólo se enamora de verdad cuando no se da cuenta de que lo está haciendo.
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Doña Lorena decía que el nivel de barbarie de una sociedad se mide por la distancia que intenta poner entre las mujeres y los libros.
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¿Por qué llamarlo insomnio cuando quieren decir conciencia?
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A medida que se adentraba en el laberinto iba experimentando la sensación de que recorría las entrañas de una criatura legendaria, un leviatán de palabras que era perfectamente consciente de su presencia y de cada paso que daba.
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Más allá, a la entrada del Laberinto de libros, percibió una leve fluctuación de penumbras, como si una gota de agua hubiera impactado en la superficie de un estanque dejando un rastro de ondulaciones esparcidas sobre el agua.
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Las calles vestían farolas y el cielo lucía el mismo tinte rosado que tenían aquellos cócteles del Boadas con los que el doctor compensaba de vez en cuando a su hígado por una vida predicando con el ejemplo.
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Tan pronto como uno empezaba a colocar las primeras palabras comprobaba que en la escritura, como en la vida, la distancia entre intenciones y resultados iba pareja con la inocencia con que se acometían unas y se aceptaban los otros.
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El placer de la página en blanco, que al principio siempre olía a misterio y a promesa, se desvaneció por ensalmo.
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Un laberinto de trazo delirante ascendía hacia una inmensa cúpula de cristal. La luz de la luna, descompuesta en mill cuchillas, se derramaba desde lo alto y perfilaba la geometría imposible de un sortilegio concebido a partir de todos los libros, todas las historias y todos los sueños del mundo.
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La primera era a mentir. La segunda, y esta aún la sentía en carne viva, era que los juramentos eran un poco como los corazones: roto el primero, los demás resultaban pan comido.
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¿Quién es autor del libro?