«Para que triunfe el mal, solo es necesario que los buenos no hagan nada».
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«Para que triunfe el mal, solo es necesario que los buenos no hagan nada».
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No era un don nadie, un cualquiera que realizaba sus actos de manera rudimentaria. No. Él era mucho más que eso. Él era la muerte en persona. O, como lo conocían: el Mutilador de Mors.
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Al igual que la otra vez, sigue con un plan establecido, con unas pautas muy marcadas. Me jode tener que decirlo, pero parece que actúa así porque no tiene más remedio que hacerlo. Como si fuera un designio que debe cumplir y punto.
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Lo cierto es que ahora se sentía más seguro que hacía unos días. ¿La razón? Que había aceptado que ese ego formaba parte de su ser. Quizá sonara redundante, pero comprender que esa necesidad de demostrar que estaba un punto por encima de su peor enemigo era inamovible y siempre estaría ahí, hacía que sus pasos fueran más firmes. Era inútil luchar contra eso, ya que nunca podría desprenderse de él. |
No desea la libertad, no es lo que quiere, lo que desea es cumplir el cometido que él cree que tiene.
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Lo mejor de todo es que algunos podrían pensar que había sido algo improvisado en el último momento, que lo llamarían "casualidad". Pero él no dejaba nada en manos del destino: no creía en la suerte y jamás se encomendaría a ella. Todo estaba bien definido, hasta el último detalle.
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No paraban de repetirle que era incapaz de experimentar nada en su interior. Que era un monstruo. Si él les hubiera contado lo que de verdad sentía, hubieran dejado de decir idioteces. |
10 negritos