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Crítica de Ferrer


Ferrer
08 July 2019
El ensayista español Rubén Higueras Flores reivindica la figura del cineasta Jacques Tourneur en un libro, publicado por Cátedra, y rechaza incluir su producción cinematográfica en la desprestigiada serie B, a pesar de la preferencia del francés por llevar a cabo los rodajes a modo y semejanza de los filmes de bajo coste. ¿Por qué? Porque el cine de Tourneur atesora una serie de cualidades, que contribuyen a apuntalar sus creaciones y a dotarlas de detalles cualitativos, que las convierten en admirables para el espectador. El hecho de que el valor expresivo del sonido prevalezca sobre el del diálogo, los fuertes contrastes lumínicos y los claroscuros de gran fuerza dramática y emotiva, siempre dotados de una fuente de luz natural, los escenarios de rico detallismo (incluso barroco), el empleo habitual de la elipsis como medio de economía narrativa, así como de la sugerencia y la insinuación que adquieren una importancia estructural y generan incertidumbre (acertado uso del fuera de campo) confieren valía. A esto hay que sumarle la ausencia de escenas meramente expositivas y de suspense (uso del flashback), un tono dramático sin clímax y un ritmo sustentado en los conflictos de intereses, que no se resuelven con certezas absolutas, todo lo cual le aleja de los cineastas manieristas de aquellos años.
El parisino Jacques Tourneur (1904-1978), hijo del también director Maurice Tourneur, para quien trabaja como montador y ayudante, debuta en el largometraje en 1931. No es hasta 1935 cuando se asienta con su esposa en Estados Unidos y consigue trabajos como director de segunda unidad para la MGM, durante los cuales conoce al productor Val Lewton. En 1939, los productores le confían la dirección del primer filme, Nick Carter, master detective y desde entonces su carrera sube como la espuma. Las producciones de bajo presupuesto, como la lograda La mujer pantera (1942), donde recurre a la sugerencia y a la oscuridad antes que a la mostración para recrear una atmósfera desasosegante, dejaron paso a otras como Noche en el alma, con más de un millón de dólares de presupuesto. Gracias a su condición de director todoterreno, de encuadres precisos y de elegancia expresiva, como en la citada Noche en el alma (1944), un largo flashback en el que el protagonista Hunt Bailey impone su punto de vista como narrador, Tourneur logra hacerse un nombre en la meca del cine.
Retorno al pasado (1947) es uno de los clásicos del film noir, un paradigma depurado de sensitiva belleza formal. El guion fue reelaborado por cuatro autores, aunque solo figuró finalmente Daniel Mainwaring, quien defendió a Robert Mitchum como intérprete de Baley (lo iba a hacer Humphrey Bogart). Con un presupuesto de 700.000 dólares, Tourneur introdujo como anómala novedad planos de espacios naturales de carácter bucólico en contraste con los esperados paisajes urbanos del cine negro. El filme no solo contrapone ciudad y campo, sino también presente y pasado, luz y sombra, ley y delito, amor y muerte en una película de estructura especular donde se recurre con acierto a la elipsis argumental. Jeff Bailey, estoico y resignado, es un hombre honrado absorbido por un amor ciego que le conduce a un mundo de criminalidad y a una espiral de engaños. Kathy Moffat es una mujer fatal, de belleza despampanante y de interior tenebroso, que maneja a Jeff (su víctima) y al gánster Whit Sterling, su antiguo novio. Estamos ante un triángulo amoroso y un retrato, matizado por el pesimismo existencial, de una sociedad urbana ambiciosa y tramposa donde solo cabe la descomposición de sus corruptos individuos, en contraste con el entorno rural. El amargo pasado siempre regresa para saldar cuentas.
El cine es para Tourneur un universo simulado de un magnetismo idolátrico, como un espejo donde se está mirando el siglo XX gracias al sueño de una representación (alimentada por la cámara) más verdadera que la vida. Esa es la fuerza de su cine, la potente combinación del grado de realidad con el poder imaginario. Un cine que explica el mundo por medio de las inevitables erosiones de las convivencias de unos individuos, indefensos contra su propia precariedad vital, empequeñecidos frente a la masa colectiva y transitando un laberinto fugaz. Según Higueras, “la escritura fílmica de Tourneur posee la capacidad de traspasar la apariencia cotidiana de las cosas para (re)presentar su potencial fantástico”.
Entre sus películas destacan con nombre propio El halcón y la flecha (1950) y La noche del demonio (1956), aunque hay que pasar por alto las desafortunadas Timbuktu con Victor Mature y La batalla de Maratón con el limitado y musculoso Steve Reeves. Su última película fue La ciudad sumergida (1965), una aventura submarina de tintes fantásticos al estilo Julio Verne, con Vicent Price como protagonista. El productor Willoughby varió tanto el guion que condujo al fracaso inexorable a una buena idea de partida y al último filme de un director ambivalente.
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