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Juan José Arteche (Traductor)
62 páginas
Editorial: Escelicer (01/10/1969)
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Críticas, Reseñas y Opiniones (1) Añadir una crítica
Beatriz_Villarino
 15 October 2018
Acabo de leer La locomotora, de André Roussin, escritor francés del siglo XX, de quien no había leído nada y, quien creo que no tuvo en su momento el reconocimiento obligado fuera de su país, excepto por un par de obras que incluso en España fueron estrenadas en aquel antiguo Estudio 1 de TVE. Y sin embargo Roussin fue un intelectual, empezó Derecho pero lo dejó para ejercer de periodista en Marsella, tras esta actividad se inició en el mundo del teatro y se incorporó a la Compagnie du Rideau Gris, participando en su gestión hasta el final de la II Guerra Mundial. Durante la guerra comenzó su carrera como dramaturgo, incluso actuó en alguna de sus obras. Más de treinta y cuatro comedias escritas merecen (o al menos eso pensé) que leyera alguna de ellas para conocer algo más de este autor. Y he de confesar que, a pesar de mis dudas, me ha sorprendido gratamente.

La locomotora es una comedia en dos actos. El argumento, sin desvelar el final, es bastante usual en la época en que fue escrita. Un matrimonio, formado por un francés y una rusa vive de forma suntuosa en la planta baja de una gran casa. En el piso de arriba residen su hija, Catherine, su yerno, Michel y los hijos de éstos, Isabel y Alejandro, dos jóvenes de unos 20 años

SONIA.- … ¿Qué hace Michel?
ERNESTO.- ¡Cómo quieres que lo sepa!
SONIA.- Tú nunca sabes nada. Es increíble: tengo un yerno que es médico, al que le he regalado un apartamento en mi finca, justo en el piso de arriba, y cuando estoy enferma… se va a curar a los demás.

El francés, Ernesto Lepetit, lleva “soportando” las extravagancias de Sonia Ivanova, su mujer, desde que se casaron. Cuarenta años son muchos para estar oyendo continuamente que su gran amor, Constantin Petrovitch Tzerpieff quedó perdido en Rusia entre el humo de la locomotora en la que pensaban huir, pues los padres de ella, de clase alta, no aceptaban el noviazgo de Sonia con un vulgar batelero. Así que a los 17 años, Sonia decide fugarse con su apuesto caballero, pero “se perdió”. Ella se fue a Francia y a los tres años de residir en París se casó con Ernesto. Está claro que este descuido por parte de ambos amantes no se sostiene, de ahí que el autor lo refleje mediante la ironía del humor absurdo

SONIA.- ¿Tú también conocías…?
CATHERINE.- ¿El qué?
SONIA.- Mi aventura con él
CATHERINE.- ¿Qué si lo sabía…? ¡Pero mamá, hace cuarenta años que nos la cuentas y que nos hablas de él!
SONIA.- Entonces debe ser verdad. Estará muy vejestorio
[…]
CATHERINE.- …Seguro que pasa de los treinta

Durante la primera parte de la obra, Sonia continúa recordando a todos que ellos no han vivido el gran amor que ella sintió con Constantin, sin darse cuenta de que ya ninguno la toma en serio y de que, probablemente, el resto de la familia tenga una vida más emocionante de lo que ella piensa

ERNESTO.- Tengo una cosa que decirte, Sonia
SONIA.- Pues yo dos
ERNESTO.- Muy bien
SONIA.- …Katia tiene un amante. No sé quién me lo dijo
ERNESTO.- Yo. Hace un rato
[…]
SONIA.- …Le he dicho: “Me parece, Alejandro, que pasas mucho tiempo en la librería …con Claudette” […] Me ha confesado la verdad inmediatamente […] que andaba detrás de ella […] que hay un tipo viejo con dinero que la sacaba los domingos […] Claudette no tardará mucho en decidirse entre él y el tipo de los domingos (Ríe. Y de pronto) ¡Ernesto!
ERNESTO.- ¿Sí?
[…]
SONIA.- Sí, “vamos”, no insinúo: afirmo ¿Eres tú el tipo?

Todo se mantiene en esa situación que sirve de planteamiento hasta que se presenta Constantin y consigue en el Acto Segundo, dar un giro a lo que creíamos. Si terminase ahí la obra podría ser perfectamente actual pero hemos de tener en cuenta la época en la que fue escrita (mediados del siglo XX) y el público al que iba dirigida entonces (en su mayoría, burgués y de clase alta), por lo que no es de extrañar que triunfe la moral cristiana y familiar por encima de todo.

Sin embargo, encontramos un retrato irónico de la burguesía y la manera hipócrita que tenía al enfrentarse al matrimonio, la fidelidad era lo que, a costa de lo que fuese, había que mantener de cara la sociedad, aunque los matrimonios hiciesen aguas

CATHERINE.- Te equivocas, Michel es una gran persona. Me quiere
SONIA.- ¿Y Bellecroix?
CATHERINE.- ¡Ese es el drama!
SONIA.- ¿Está casado?
CATHERINE.- No. Quiere que me divorcie
SONIA.- No olvides que te debes a tus hijos. Ese asunto tiene que terminar, hija mía

El patriarca, además de ser el único que aportaba los ingresos, debía mantener contenta a su mujer, aunque ésta se olvidase de todo, dedicada a alimentar una fantasía, fruto del complejo de inferioridad que, como Sonia, poseían determinadas mujeres del siglo XX, época en la que todos sus logros y aspiraciones se limitaban a obtener un buen marido. de ahí que nunca estuvieran satisfechas en la realidad vivida por lo que su imaginación idealizaría los sueños incumplidos; recordemos que los conceptos “machismo”, “matrimonio infinito”, “bobería femenina” o “paternalismo masculino” eran habituales. Por eso se agradece que Roussin se valga del humor absurdo para exponer esta situación, que queda ridiculizada desde el comienzo con el nombre del protagonista, de hecho, la elección del nombre en los personajes masculinos dice mucho, irónicamente, de estos, algo que nos recuerda a la comedia francesa del siglo XVII, Lepetit, Constantine, Bellecroix son una muestra de ello:

ERNESTO.- …eres mi mujer desde hace cuarenta y cinco años…
SONIA.- ¡La señora Lepetit!
ERNESTO.- ¡Exacto! La señora Lepetit
SONIA.- Podías haberte llamado Legrand, en vez de Lepetit
ERNESTO.- Mala suerte
SONIA.- Y si aún llamándote Lepetit fueras más alto…

No sólo la ironía es casi una constante de la locomotora, la hipérbole aparece en numerosas ocasiones, lo que contribuye a acrecentar el humor de determinadas circunstancias

CATHERINE.- ¡Mamá, eres única!
SONIA.- Me receta potingues y me deja morir. He estado tosiendo toda la noche

El estilo participa de la insistente observación de la vida burguesa del novecientos, de ahí que los diálogos sean sencillos, sin pretensiones de profundizar en temas serios, pero con altas dosis de exageración

ERNESTO.- Quiero decir que si antes… ¿bebía mucho?
SONIA.- Bebía con estilo, con clase
ERNESTO.- Es muy posible que llegue completamente borracho

No abundan las acotaciones, simplemente las funcionales para situar al espectador en la casa, o en las diferentes entradas o salidas, pero es normal encontrar en la obra que el autor no consigne los gestos de los personajes mientras hablan, dejando así libertad al director para representarla según la imagine; no obstante, a través de los parlamentos de Sonia presentimos un tono enérgico, enfático, para pretender convencer a los demás o decirles lo que deben hacer, mientras que en Ernesto, el tono grave, y al mismo tiempo benigno y calmado, indica dónde reside la verdadera autoridad y credibilidad familiar. Entre ambos surge una perfecta armonía que da como resultado una comedia divertida, con cierto aire acogedor en el que resaltan movimientos y gestos feministas por parte de las mujeres, aunque lo que predomine en estos diálogos sea el humor, al producirse determinadas confusiones en el significado connotativo que contienen

ISABEL.- Yo creo que mamá sabe lo que hace
SONIA.- ¿Qué?
ISABEL.- ¡Pues… que ella vive su vida!

Precisamente las implicaturas que pueblan los diálogos provocan juegos de palabras que favorecen el histrionismo

ERNESTO.- …Te aseguro que te engañas…
SONIA.- ¡No me engaño, me engañas!

Sonia pretende ser persuasiva, de ahí que corte en varias ocasiones a su interlocutor

CATHERINE.- … ¿Piensas que creerá que soy su hija?
SONIA.- ¿Y lo dudas? ¡Tú eres su hija!
ERNESTO.- Tu madre ha decidido que tengas tres años más
[…]
SONIA.- …¿No comprendes la emoción que tendrá mi hermoso cosaco?
ERNESTO.- ¡Ah! ¿Pero también es cosaco?
SONIA.- Tú te callas (A Catherine) Además ¿a ti qué más te da?

Así pues, no nos quedemos con el desenlace; si somos conscientes del acertado diálogo, del humor sin ostentaciones, de la hábil mezcla entre realidad y ficción, de la naturalidad espontánea de Ernesto, de la originalidad y gracia de Sonia, de la sutil ironía a la impostura burguesa, de la burla que contienen los apellidos o los motes, encontraremos rastros de Molière, pues como el padre de la Comédie française, Rousin es consciente, al ridiculizar la debilidad de Sonia, de que está proyectando cierta profundidad psicológica que denota la amargura de quien se ha sentido sola y debe inventar un mundo paralelo; desconsuelo que se intensifica al chocar el sueño con la realidad por eso decide que «La verdad es aquello en lo que creemos».

Puede que el estereotipo paternal de Ernesto vaya más allá del fiel amante reproducido «(…Ella continúa su solitario, bajo la mirada divertida y tierna de Ernesto)», pero quizás sea esto lo que aporte el patetismo necesario a la bufonada inicial, lo que no nos haga olvidar la condición solitaria de la mujer en la familia y sociedad del siglo XX.

Sin embargo no hay tristeza ni dolor en La locomotora, las respuestas ingeniosas, ágiles, unidas a gestos, movimientos, acercamientos desmesurados, presentes en toda la comedia, consiguen dotarla de un carácter deliciosamente humorístico y elegante.

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