Indignación

“La palabra más hermosa de la lengua inglesa: « ¡In—dig—na—tion!»”

Un sentimiento que debería estar en todos los corazones adolescentes, que quizá se va atemperando en exceso con los años, que no le sienta bien a todo el mundo (hay mucho indignadito suelto), que es del todo inútil si no invita a la acción y que con excesiva frecuencia invita a acciones inútiles.

“Eso es lo que aprendí de mi padre y lo que me gustó aprender de él: que haces lo que tienes que hacer”

El problema es que no siempre es fácil saber qué es lo que se tiene que hacer y si vale la pena hacerlo. “Indignación”, de Philip Roth, es la historia de un chico rebelde que no supo ni dominar ni dirigir bien su indignación y que pagó muy caro su error, y no fue el único. Tampoco se le puede reprochar demasiado, como apunta Cummings en la cita que antecede al texto, hay niveles de mierda que uno ya no está dispuesto a aguantar.

Después está la indignación que el lector deberá sentir hacia una época no tan lejana, y cuyos principios se siguen reivindicando con no poco éxito en los últimos tiempos, en la que se santifican las tradiciones, se imponen los conceptos religiosos con mayor o menor diplomacia y apariencia de ecuanimidad, se estigmatiza al distinto, y se sigue viendo pernicioso todo aquello relacionado con un sexo que no se mueva por los cauces “aceptables”.

“En una noche de fin de semana en Winesburg, el dolor de huevos constituía la norma, y afectaba a decenas de chicos más o menos entre las diez y las doce de la noche, mientras que la eyaculación, el más agradable y natural de los remedios, era un acontecimiento siempre huidizo, sin precedentes en el historial erótico de un estudiante cuya libido se hallaba en la cima de su rendimiento.”

Haz de tu vida algo interesante, te va la muerte en ello. Algo así viene a decir Roth desde un más allá inquietante a todos ustedes, adolescentes que, como el protagonista, tienen con mucha frecuencia la sensación de no comprender nada ni a nadie, que no terminan de descubrir cómo funcionan las cosas, que experimentan con el mundo como nunca antes, inmersos en la búsqueda de una identidad más allá del mundo protector y, a veces, asfixiante de los padres, a ustedes está especialmente dirigida la novela.

Y como siempre, amigos, no olviden vitaminizarse y supermineralizarse y que…

“… en la vida, el mínimo paso en falso puede tener trágicas consecuencias.”

Tenía muchas ganas de leer al autor, desde hace un montón, así que me decidí a ciegas por este.

Estamos en 1951, en plena guerra de Corea, sin embargo nos situamos en Norteamérica con Marcus como nuestro joven y estudioso protagonista; él es un chico aplicado que quiere labrarse un futuro en la universidad y además ayuda a su padre en su carnicería kosher.
Todo esto lo rompe un excesivo sentido de la autoridad del padre, que –aunque su hijo no le da razones para ello- comienza a preocuparse hasta de cómo respira Marcus, haciendo la situación realmente insostenible en casa, hasta el punto de que el chaval decide matricularse en otra universidad lo más lejos posible.

Es un libro muy corto en el que pasan muchas cosas… con una intensidad brutal. de hecho, me he pasado casi toda la lectura indignada de la vida, como bien reza el título. Indignada por empatía con el protagonista, pues vive situaciones con su padre realmente absurdas, llegando a rozar por paranoico; pero indignada también por cómo se comporta Marcus a lo largo de la novela; si bien entiendo que es un chaval que está descubriendo el mundo y los comportamientos humanos, pues tampoco es especialmente sociable, ya que se centra al mil por cien en estudiar y trabajar para pagarse la carrera, tiene formas de actuar que me han sacado un poco de mis casillas. de hecho al final del libro me ha parecido un absoluto imbécil y un egoísta egocéntrico.

Vamos asistiendo a todas esas vivencias tan distintas y complicadas, que se mezclan con el paso de la adolescencia a la edad adulta, a la madurez, a un sinfín de cambios que son difíciles de gestionar pero a la vez no queda otra que pasar por ellos y capearlos lo mejor posible. O no.

En fin, que me ha gustado mucho cómo escribe el autor, me quedo con muchas ganas de volver a leer algo suyo pronto y de cotillear en su obra, a ver qué más sorpresas me llevo.

Brutal, simplemente brutal, el monólogo final del decano. Una maravilla.

Mi primera lectura del famoso escritor norteamericano. Estuvo bien, pero esperaba un poco más. Las tribulaciones de un estudiante en los Estados Unidos de los años 50. Por momentos sentía la prosa muy parecida a Paul Auster (a lo poco que he leído de Paul Auster en realidad).