Luis Roso es uno de esos autores que tenía pendientes desde hace años, pero cuyas historias habían ido quedando relegadas por otras lecturas. Por eso, cuando en #SoyYincanera se propuso la lectura conjunta de su última novela no pude, ni quise resistirme y la verdad es que ha sido un verdadero acierto. Durante la nevada es una novela negra que se sitúa, además, en una de mis épocas históricas favoritas, la transición española. El autor ha llevado a cabo, sin duda, un gran trabajo de documentación que se filtra a través de las páginas, sin dogmatismos y, lo más importante, sin que Luis se empeñe en darnos una lección de historia, sin que se empeñe en demostrarnos todo lo que sabe de una época convulsa de nuestra historia. Una etapa determinada por el ambiente político que el autor nos muestra, pero en la que desliza además el cine, la televisión, la literatura y la prensa, para situarnos en un contexto definido por un cambio político, pero también, o tal vez debido a esto, por el inicio de los cambios sociales que esta nueva etapa suponía. La novela está llena de personajes potentes y perfectamente definidos. La pareja protagonista, Miguel y Esmeralda, se encuentra fuera de los cánones habituales. Tienen edades distintas, pasados distintos y vivencias distintas, pero tienen en común un rasgo más que importante: su profesión y su incansable búsqueda de la verdad y diría, más aún, de la justicia, tenga esta búsqueda las consecuencias que tenga. Dentro del elenco de secundarios que les acompañan en esta aventura, debo comenzar hablando de Beatriz, una mujer independiente adelantada a su época, una compañera para Miguel, más que una “mujer” de la época acostumbrada a vivir para y en pos de su marido. Los cuerpos de seguridad, tanto la Policía Nacional, personificada en el Inspector Velasco, como la guardia civil, en los personajes del Teniente Zaballos y el Teniente Coronel José Cerdá, a los que la pareja protagonista se encuentra a veces de frente y a veces en contra, unos cuerpos que arrastran, tanto en el ámbito urbano, como en el ámbito rural reminiscencias del régimen anterior provocando más de un problema en la investigación y en la propia vida de los protagonistas. Las fuerzas vivas de los pueblos del interior de la península, en este caso Sancho Guijarro, el alcalde de Zarza de Loberos, que lo fueron perpetuándose a sí mismos por años y años debido, obviamente, no a la elección de sus vecinos, sino al “enchufismo”, a ese estar en el bando correcto que les imprimía de una capa de seguridad para mantenerse en la “cumbre” y que sus vecinos aceptaban más por miedo que por cualquier otra razón. Y que vieron tambalearse esa seguridad con el nuevo régimen que se avecinaba. Los descendientes de estas fuerzas vivas, como nuestro Leandro Guijarro, que se acomodaron a vivir en el poder y que a base de dinero e influencias construyeron sus imperios, aún en los contextos más peligrosos. Rebeca Sanromán, un personaje que, a pesar de no estar presente “físicamente” en la trama, es el punto común alrededor del cual se estructura toda la historia, convirtiéndose en el elemento principal que permite al autor realizar un análisis de las relaciones familiares y vecinales y una crítica explícita a la posición de la mujer en la década de los años 70 del siglo pasado, esa posición en la que la etiqueta que te colocaban era la que te determinaba y en la que, poner etiquetas, era para los otros el deporte nacional. Por desgracia, esa mala costumbre de etiquetar a las mujeres, aún sin prueba alguna, no ha quedado relegada al pasado como el régimen anterior, sino que, para nuestra desgracia sigue muy viva en nuestra sociedad. Junto a estos personajes, se alza, como un personaje más el terrorismo de ETA, especialmente virulento en esta época. Sus acciones y las consecuencias que tuvieron para quienes las sufrieron en sus carnes, para quienes tuvieron que vivir bajo su amenaza durante toda su vida. Y si los personajes son potentes, no me lo han parecido menos los paisajes en los que el autor desarrolla la trama. Paisajes descritos de forma certera, que transmiten, no solo la imagen de los mismos, sino las sensaciones que en ellos se viven, sobre todo cuando se refiere a Las Sabinas, esa pedanía en la que te ves inmerso en la soledad, el aislamiento, el frio y un punto cercano a la locura que se intuye en quienes poblaron y pueblan esas tierras. La llamada “España profunda” se retrata desde quienes la habitan y también desde aquellos que comenzaron a abandonarla ya en los 70 buscando un futuro urbanita que les alejara de la esclavitud del campo, que les proporcionara un futuro más cómodo y mejor remunerado. Una generación que inicio los pasos de lo que hoy llamamos la España vaciada, pues buscando su propio futuro, legítimamente, no digo lo contrario, acabaron con el propio futuro de esos pueblos. Esta España profunda, con su propia idiosincrasia, con las enrevesadas relaciones de sus habitantes, con los secretos y verdades que cada uno de ellos conoce y calla, se erige, durante la novela en otro protagonista más, para mí, el más importante de todos ellos. Y si borda la descripción de la España rural no lo hace menos en el retrato de la vida en las ciudades de provincias, ciudades en las que pesa tanto lo que los demás piensen de nosotros que acaba determinando nuestra propia forma de vida. Frente a la libertad que supone la vida en Madrid, esa capital que muchos, en aquella época y en esta, identificaban con la tierra de la libertad, un territorio de excarcelación de los estereotipos que se cargan como losas en el lugar en que a cada uno le toca nacer. Madrid con sus bares, sus cines y teatros, sus luces y su vida… pero también con esa oscuridad de las calles donde de madrugada puede atacarte un malnacido… La novela es, sin duda, la resolución de un asesinato que 10 años atrás quedó impune, pero es también una fotografía de la sociedad de finales de los 70, cuando el mundo conocido hasta ese momento en nuestro país comenzaba a desmoronarse, cuando el futuro era incierto, cuando cada cual debía reinventarse para encajar en la que se avecinaba, cuando los impunes pretendían seguir manteniéndose impunes y cuando los que habían estado escondidos o temerosos de expresar sus ideas comenzaban a ver resquicios de luz al final del oscuro túnel de represión y de censura. Y en esta ansia de libertad el periodismo, que tan bien retrata el autor, era un medio privilegiado y los periodistas de raza, como Miguel y Esmeralda eran la punta de lanza para abrir un nuevo camino. Y ambas partes, la trama negra y la trama histórica me han absorbido de la misma forma llevándome a considerar esta novela y a este autor como uno de mis grandes descubrimientos de este extrañísimo año que nos ha tocado vivir. + Leer más |