Tan frágil mi hielo

Cuando somos pequeños, nos caemos y nos levantamos, no recordamos llorar por la caída, el dolor de la herida o lo que cuesta curarla. Cuando tienes consciencia de lo que ha pasado, a medida que creces, es más difícil olvidar y enterrar.

Que hayas pensado que algo podría gustarme es suficiente para que me guste.

A veces lo correcto no es lo más sencillo, pero a la larga merece la pena.

Quiero esforzarme. Quiero ser parte de esto. Y pienso dar lo mejor de mí para alcanzarlo.

Esto es lo correcto, como debe ser.

No supe hasta entonces lo frágiles que somos en realidad. Y, aun así, cuando lo aprendí, ya era tarde, porque, si algo he sacado en claro en toda mi existencia, es que querer duele. Querer de cualquier forma —romántica, familiar, da lo mismo—, y no solo cuando no es correspondido. Duele cuando es mutuo y cuando no. Cuando se trata de más de una persona y cuando simplemente es a uno mismo.

Es más fácil atravesar una tormenta si vas acompañado, te hace sentir que crees que eres capaz de sobrevivir a ella.

Es una tarea complicada la de encontrar nuestro sitio en el mundo; a veces incluso no lo logramos y tenemos que construirlo nosotros mismos.

Aunque cada uno tenga su manera de afrontar el instituto, todos nos reunimos alrededor de la mesa alta del salón para hacer las tareas, ayudarnos unos a otros y pasar tiempo juntos. Es otra experiencia que no había vivido hasta que he llegado aquí y ahora me doy cuenta del compañerismo que me estaba perdiendo. Puede parecer una tontería, simplemente sentarse a hacer los deberes después del instituto, pero en realidad esconde mucho más. Esconde confianza y amistad.

Si se lo contaste, si quisiste compartir esa parte de ti con ella, fue porque es algo relevante para ti y con Kate tienes confianza. Es tu lugar seguro.