La Casa de los Artistas

Tuve un flechazo con esta portada, básicamente como me ocurre con todas las del catálogo de Onyx Editorial, así que en cuanto me enteré que ofrecían participar en una lectura conjunta, ni lo dudé y tuve que apuntarme al momento. En realidad no partía con ninguna expectativa con respecto a la historia, pero sí tenía muchísima confianza en la propia autora y debo reconocer que ha cumplido con mis expectativas. Sin embargo, respecto al propio libro, esta novela no ha sido para nada lo que yo tenía en mente al comenzar, porque tras leer las primeras líneas de la sinopsis, me esperaba una especie de ucronía en la que se cambia un elemento para desarrollar un pasado alternativo, y desde luego no lo es, pero eso no significa que automáticamente me haya decepcionado, porque no ha sido así.
La autora ha ideado un elemento diferente en la Historia y lo ha introducido en los años 20 en Estados Unidos, con una idea que recordará un poco a la película ochentera Footloose, culpando a la música de todos los males y todos los excesos que llevan a las personas a propasarse. Por supuesto, también recordará a algo similar que sí sucedió en la realidad con la famosa Ley Seca de la misma época, pero en este caso, el paralelismo le da nombre de Ley Muda a la prohibición de cantar, bailar o tocar cualquier instrumento. Y como ya ocurriera en la realidad con los bares clandestinos en los que se servía alcohol y las bandas que traficaban con el producto ilegal, en La casa de los artistas también tenemos esos mismos lugares en los que la gente se reúne para escuchar tocar a un virtuoso pianista o para bailar desenfrenadamente, por lo menos hasta que llegan las redadas de la policía neoyorquina a aguarles la fiesta, literalmente. Todo esto se deja entrever pero no se explota como yo me esperaba que se exprimiría, ya que en principio es la idea más llamativa de la novela. Por eso aquí es donde más me ha fallado en relación a mis expectativas porque no ha terminado siendo así.
A grandes rasgos se trata más bien de una novela de personajes, más que de trama, y creo que teniendo esto claro desde el principio, todo va rodado. Así me lo he tomado yo cuando vi que la trama realmente no era lo que importaba y que no es más que un medio para mostrarnos las personalidades y la evolución de los tres personajes principales que se mencionan en la contraportada y que a su vez sirven para darnos lecciones de vida difíciles de ver a simple vista pero que calan sin apenas darnos cuenta. No es mi intención desvelar nada importante de la trama porque creo que lo mejor es que descubráis los datos importante como he ido descubriendo yo al leer, y por eso tampoco comentaré siquiera qué es en realidad la llamada “Casa de los artistas” porque una vez que entra en escena, todo se vuelve mucho más entrañable y la sorpresa es un factor que ayuda a comprender la novela.
Sin embargo, lo que sí puedo comentar sin miedo es lo bien construidos que están Anya, Jaime y Joe, tanto en sus personalidades, como en su historia personal y también en su evolución. Anya Thompson es una irlandesa asustadiza que vive sola trabajando en un taller desde que su hermano decidió que le importaba más infringir la ley que cuidar de su hermana, dado que Anya necesita que la cuiden, tiene miedo de todo y no se atreve a nada. Por el contrario, Jaime Fuentes es un alocado trompetista mexicano que ve como su sueño de convertirse en un virtuoso se ve obstaculizado al llegar a Nueva York con la aprobación de la Ley Muda, así que no le queda otro remedio que infringir la ley cada noche entre conquista y conquista gracias a su encanto natural de latin lover. Y si dos no son suficientes, entra en juego Joe Rothstein, un ricachón de ascendencia alemana introvertido al que le cuesta muchísimo abrirse y contar su mayor secreto. No os llevéis a engaño porque tres personajes principales no significan automáticamente “triángulo amoroso”, por si lo estabais pensando, pero forman un trío de conexiones increíble y se vuelven muy intensos los unos con los otros debido a las circunstancias que les ha tocado vivir.
En cambio, para mí lo mejor de todo ha sido la narración, por encima de personajes y trama porque Aintzane Rodríguez tiene algo a la hora de escribir que no sabría describir muy bien pero que lleva sello propio. Transmite sentimiento a través de situaciones difíciles y transmite pensamientos a la vez que los personajes actúan o se muestran pasivos. Es verdad que la historia en sí es un dramón casi por completo y eso facilita mucho el poder profundizar en temas como los miedos personales, las inseguridades, la compasión, el rechazo a las normas injustas o la amistad y el amor en situaciones complicadas… Así que las emociones están a flor de piel en todos los capítulos que, por otra parte, son muy cortitos y alternan los tres puntos de vista, además de intercalar de vez en cuando algún flashback contando hechos de algunos años atrás. Todo ello hace que, aunque la historia no atrape por completo por la falta de inesperados giros de argumento, sí que sea muy fácil leerla rápidamente y con el interés suficiente por querer disfrutar de la bonita pluma.
En general, ha sido una bonita historia sobre unos personajes muy distintos entre sí y que me han tocado el corazoncito, pero sobre todo me lo he tomado con una primera toma de contacto para desear leer futuras historias de Aintzane Rodríguez, que ha sabido llegar a emocionarme. Os encontraréis con una lectura agradable pensada para disfrutar de cada párrafo, para leer con tranquilidad y a un ritmo pausado, porque lo que en realidad importa es el fondo y el mensaje que nos llega al terminar de leer y para eso hay que ir asimilando poco a poco. Por supuesto, es una lectura más que recomendada si además os gustan las historias en que la música tiene cierta relevancia, si sentís esa necesidad de bailar, cantar o tocar, como les ocurre a los protagonistas y no os imagináis un mundo sin melodías ni canciones.
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