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Crítica de MarioG17


MarioG17
18 May 2020
"Entonces me quité la ropa, la dejé al pie de un almezo junto a la piedra del loco y, antes de meterme en el agua, miré bien el color que el cielo ponía en ella, y toda la luz que el sol le daba ya era diferente porque había comenzado la primavera que nacía otra vez después de vivir debajo de la tierra y dentro de las ramas…"

La muerte y la primavera, de Mercè Rodoreda, es un libro que Rodoreda dejó sin terminar debido a su muerte a mediados de los años 80. Pero, en esta edición, el famosísimo poeta Pere Gimferrer introduce la novela a la par que habla sobre cómo entre los editores y él han conseguido reestructurar y reelaborar el manuscrito que dejó Rodoreda hasta que tuvo lugar la conformación del libro. Así, al final del libro encontramos un apéndice en el que organizan los legajos aparentemente no ordenados por la autora antes de su fallecimiento.

Esta es considerada la obra magna de Rodoreda, y nada más abrir sus primeras páginas nos impregnamos de una melodía poética similar a la de la plaza del diamante, pero ligeramente diferente, ya que es una historia más intangible que se escurre entre los dedos de forma mágica. En La plaza del diamante, el escenario es Barcelona. Sin embargo, en esta novela el escenario no existe en la realidad, es un lugar imaginario en el que el protagonista, un chico de 14 años, convive lo mejor que puede con sus vecinos y nos va narrando su vida en un escenario tan mágico.

La narración es tenue y sosegada, quizás lenta también, siempre en primera persona y no hay diálogos excepto los pocos que están insertados en la narración, pero no por ello es menos atractiva, ya que no pierde el ritmo narrativo y en todo momento encontramos muchísimas referencias a la naturaleza, al mundo rural, a la antigüedad, puesto que personas, objetos y realidad en general parecen ser muy viejas en esta historia.

Hay una curiosa manera de ser enterrado en este pueblo, y consiste en rellenar el interior de los muertos con cemento y meterlos en los troncos de los árboles. También hay hombres que no tienen cara porque en su momento el río, en un ritual incomprensible, los arrastró y les erosionó las facciones.

La novela guarda oculta una crítica social encarnada en la figura de un personaje: el preso. El preso del pueblo es un hombre enjaulado que vive a merced de los vecinos, quienes lo alimentan, y así pasan años hasta que el preso se convierta en una bestia, en un animal salvaje al que los vecinos van a ver como si viajaran al zoológico. También tiene una fuerte crítica a las tradiciones y a la necesidad de creer en algo, en rituales por ejemplo, de los que encontramos algunos en la historia.

No es una historia novelada común, ya que tiene un encanto especial. Es una historia en la que hay personajes pintorescos como el viejo que vive en una cueva y al que nadie puede vencer, puesto que derrota con su garrote a todo aquel se ose desafiarle, sin ser por ello malévolo. O el hombre que vive en el pico de una montaña y al que llaman señor. O el herrero y su hijo, dos personajes fundamentales en esta historia. Y por eso mismo tiene un toque a las novelas de Gustavo Martín Garzo, con esa magia y ese misterio que no encarna terror.

La muerte por un lado y la primavera por otro son los dos elementos determinantes de la novela, de ahí el título, y se complementan a la perfección, confeccionando una historia triste con aroma a flores donde hay mucho amor, pero encubierto y sin protagonismo, pero que a veces sale a la superficie evitando ahogarse. Rodoreda sabe dibujar la historia, y es una pena que la dejara inconclusa y que tengamos que leer partes separadas del resto.
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