No somos más que niños jugando al juego de la vida. Vamos en el asiento de atrás de un coche conduciendo nuestro volante de juguete, apretando el claxon de vez en cuando, creyendo despreocupadamente que somos los dueños de nuestro destino. Un buen día dejamos de darle vueltas al volante y nos damos cuenta con estupor de que el coche sigue hacia delante, no importa lo que nosotros hagamos.
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