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Crítica de Ferrer


Ferrer
08 June 2019
El chileno Roberto Bolaño Ávalos (1953-2003) es un autor que no necesita presentación. Los elogios de John Banville, Vargas Llosa, The New York Times, Susan Sontag, Juan Villoro, Jorge Edwards por citar algunos nombres; su instauración como referencia y el aura parnasiana; los galardones literarios y una envidiada trayectoria quebrada por su muerte en 2003 son rasgos que indican la dimensión de este escritor, cuyas obras la editorial Alfaguara ha reeditado.
Lector voraz y letraherido, creador del infrarrealismo con Bruno Montané y Mario Santiago, autor de una aleccionadora escritura sin freno que la muerte cercenó, enfrentado a Isabel Allende por ser ésta artífice de un discurso de simple información testimonial, capaz de dormirse en plena conferencia de Octavio Paz, admirador de Cortázar y de Georges Perec (y de Borges, Copi, García Márquez, Baudelaire, Rodolfo Walsh, Arreola, Vallejo, Alan Pauls), Roberto Bolaño poseía las condiciones expresivas propiciatorias de un sistema literario de efectos calculados sobre una disposición inteligente y fue un rayo de luz sobre un mundo incongruente. Cada obra de Bolaño es un cohete de radicalidad estética cargado de palabras, imágenes, reflexión y energía para encarar disfunciones sociales, es un diálogo transformador de ida y vuelta y la elíptica La pista de hielo no es una excepción.
Para el novelista francés Alphonse Daudet, autor de Aventuras prodigiosas de Tartarín de Tarascón, “la historia es la vida de las colectividades, la novela es la vida de los individuos”. Por ello, en La pista de hielo la realidad de Blanes (municipio español de la provincia de Girona donde vivía Bolaño, denominado Z en la novela) se convierte en ficción gracias a un relato con entidad propia, a la violenta cotidianeidad de fondo visceral, al miedo y la muerte, a la desesperanza lúcida de la irracionalidad, a las ilusiones perseguidas y perdidas, así como a los personajes inquietantes y extravagantes, poetas sin poemas en tránsito cual catálogo de perdedores, con una porción de mal (necesaria para evitar el maniqueísmo) tatuada en sus espíritus con el punzón de unos oscuros resortes, todo ello aderezado con pequeñas dosis de humor sarcástico.
Tres personajes asumen la narración de la historia de la pista de hielo: Remo Morán, fumador (como Bolaño), empresario local, amante de la patinadora de élite Nuria Martí, amigo de Gaspar Heredia en México motivo por el cual le contrata para su camping y exmarido de Lola, trabajadora municipal a las órdenes de Enric Rosquelles, a quien Remo desprecia; Gaspar Heredia, mexicano, desamparado, eclipsado por la enigmática Caridad; y Enric Rosquelles, amante de Nuria Martí y mano derecha de la alcaldesa, obeso y que menosprecia a Remo Morán. Dos de estos personajes protagonistas, los poetas “bragados” Remo Morán (chileno que también protagoniza El espíritu de la ciencia-ficción) y Gaspar Heredia tienen trazas del autor (Bolaño trabajó en un camping) y también de los protagonistas de Los detectives salvajes, porque en la literatura de Bolaño hay un hilo invisible que engarza, como también hay tramas argumentales entrelazadas, que destrozan la estructura clásica y que tienen en la fracturada acumulación su sino. Para Bolaño, la estructura lo es todo, la múltiple perspectiva, el fragmentarismo.
A los tres citados personajes la pista de hielo ilegal en el interior de una casona abandonada, conocida como el Palacio Benvingut, se les cruza en su camino. Un palacio de cristal rehabilitado para que la patinadora de élite Nuria pueda dar unas horas sublimes a Enric en contraste con el turbio día a día del resto de personajes, anclados en la precariedad y en el extravío. Una enloquecida carrera hacia Nuria, esa “muchacha de Botticelli”, por parte de Enric (sobre todo) y de Remo (Gaspar late por la insondable Caridad). Bolaño muestra el cenagoso pozo sin fondo de las conciencias de los personajes y atrapa al lector anunciando que la muerte va a venir, que el desastre es inminente, que el desenlace violento de un proceso autodestructivo está al caer y es que el lector no sabe quién va a morir, quién es el asesino y si el crimen se va a resolver con justicia hasta las últimas páginas. Para el cuentista peruano Julio Ramón Ribeyro, la buena historia real es la que parece ficción y la buena historia de ficción es la que parece real, como La pista de hielo.
En este libro no hay suturas desdeñosas, no hay soldaduras forzadas en el relato, no hay desvalidas convencionalidades, ni distraídas descripciones, es la verdad íntima del drama del alma. Una novela que se disfruta de principio a fin. Puro Bolaño.
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